Así se titulaba una antañona canción de Juan y Junior. Con tal de verte reír, para verte reír, el amor dictaba al payador cosas maravillosas que quedaban cosidas a los versos de la canción con ese hilo tan fácil de romper en tiempos de desamor, como los que nos toca vivir ahora. Para verte reír, haré que el sol brille más. Para verte reír, haré, mi amor, lo que no podrás comprender, robaré su color azul al cielo y al mar. Me dicen a mí algo parecido y además de derretirme de gusto, me estoy riendo hasta el día del juicio final. Habría que poner de moda nuevamente esta canción, ahora que Juan Pardo y Antonio Morales "Junior", todavía están entre nosotros, como un homenaje, y también para que no se nos olvide reír, para que no se nos olvide la importancia que tiene la risa en nuestras vidas.

Muchos no lo aciertan a ver y a entender, pero la risa es vital. Lo que pasa es que nos empeñamos en poner muecas de disgusto a todo, caras feas, mohínes que hacen de nosotros una caricatura, dejando de lado a la risa que debiera practicarse obligatoriamente, como un ejercicio diario para mantenerse jovial y sano. Hay que ejercitar los "risorios de Santorini" porque de otra forma esa zona facial donde se ubican los risorios se relaja y arruga. La risa rejuvenece. La risa se ha convertido en una eficaz terapia en infinidad de tratamientos que se llevan a cabo en clínicas carísimas. La risa forma parte de las prescripciones de prestigiosos psicólogos en determinados tratamientos. Y funciona. Hay que inyectarse risa en el corazón para mantenerlo contento y vivo. Hay que inyectarse risa en vena a todas las horas. Ciertas emociones, acompañadas de la risa son más intensas si cabe.

Sólo que de tanto apuro como llevamos a nuestra vida, estamos olvidando preceptos fundamentales como este del reír. Y es que, encima, es una sensación generalizada, a veces da la impresión de que la risa molesta a según quienes, los amargados, los taciturnos, los resentidos, los quejosos, los descontentos, los decepcionados por todo, los insatisfechos. La lista es larga y los afectados son más todavía. Lo mejor es comenzar la jornada, justo al desperezarse, con una sonrisa que a lo largo del día se convierta en risa. Es bueno, muy bueno y aconsejable, reírse de uno mismo para que cuando los demás lo hagan no cause ese efecto devastador que tiene sobre todo en las personas apocadas. Aunque lo verdaderamente aconsejable no es reírse de los demás sino reírse con los demás, que es muy distinto.

Siempre he oído decir, y así lo he experimentado, que donde hay niños no puede haber tristezas. Los niños sí que saben reír, y lo hacen de forma espontánea, aplauden con su risa lo que les hace gracia y saben ponerle al mal tiempo la buena cara de la sonrisa. Llueva, nieve o haga sol, los niños siempre saben sacarle partido a todo con la risa. Los niños son los que ayudan a los adultos a no olvidar cómo se sonríe. En la bolsa de la vida, la risa no puede cotizar cara. Es un valor que todos debiéramos poseer, un valor que todos debiéramos compartir. Un coro de risas es contagioso, y sano, y alegra el espíritu.

En lugar de definirnos como "de lágrima fácil", empecemos a definirnos "de risa fácil" o como poco "de sonrisa fácil". Que cuando alguien haga lo que sea, para vernos reír, para verter reír, respondamos con la risa, pintémosla en nuestros labios todas las mañanas con un carmín perenne y riamos. Experimentemos, probemos, por nosotros mismos y por los demás.