Fermoselle, esa villa de señorío eclesiástico que además mantenía en su escarpado promontorio de granito una fortaleza, fue capaz de aglutinar y fomentar junto a la espada la cruz y para que la trilogía no fuera una utopía, se doctoró en el trabajo haciendo de una geografía hostil un bello jardín. No sólo por la variedad sino por la calidad de sus productos. Y aquella geografía dura, difícil, se fue domando y del Tormes al Duero, nada escapó, ni a su visión ni a su imaginación y a la constancia del trabajo.

La historia de la villa es tan larga y tan rica como lo son sus viñedos, sus bancales o sus olivos y frutales y las jornadas entregadas a clavar en las entrañas de su zócalo de granito los caldos generosos de sus viñedos, santuarios del espíritu de sus vinos. Nada ha escapado a la tenacidad de la villa y cuando han tenido que lanzarse fuera los fermosellanos lo han hecho con tal generosidad y fuerza que han marcado siempre caminos de prosperidad.

La soledad y el silencio también recibieron al espíritu franciscano y unos restos hablan claro de cómo se cuidaba el alma a la vez que se curaba el cuerpo. Nada arredró a la villa a la hora de salir por la barca de Múrcena o de plantar cara a quienes a ella llegaban en son de guerra. Episodios hay en su larga historia que lo acreditan. Y nada digamos de los lugares que formaban sus tierras, principalmente Fornillos y Pinilla; el primero como el vértice geodésico de San Roque y su ermita, mirador hacia el Duero y hacia el corazón de Sayago sin olvidar Fornillos, su alcornocal y su vista sobre el Duero y la presa de Picote. Como ocurre con el paisaje y vistas sobre el arribe desde cualquier punto de las afueras del lugar.

Este año, segundo centenario de la aventura napoleónica en España, también la villa fue testigo de episodios dignos de ser recordados, que no empañan en nada otros de tres siglos atrás. La acertada recuperación de cierto carácter en el conjunto arquitectónico de la villa dará a la localidad un carácter nuevo que constituirá un dato más a favor de ese singular conjunto tan cargado de historia y piedras.

Junto a esa historia y esas piedras hay un inagotable manantial de fuentes documentales que poco a poco y de la mano contante de Manolo Rivera Lozano vamos conociendo semana tras semana dentro de esa labor silenciosa y callada que todo cronista desarrolla y da a la luz para conocimiento de todos, inmenso caudal de datos, referencias y episodios que se guardan celosamente en los archivos y constituyen la historia documental de la villa.

Esa larga historia de episodios, de hechos, de personajes y de sombras, que se manifiestan muchas veces bajo las formas más insospechadas, nos van ilustrando a los lectores y a lo largo de las páginas van surgiendo relaciones, entronques y enlaces que nos llevan en muchos casos a la historia general, enriqueciéndonos y llenando esas lagunas que nos obligan a dar saltos sin poder seguir la conexión de determinados hechos.

La villa de Fermoselle ha jugado un papel importante en determinados momentos de la historia de nuestra provincia e incluso de la región y la dedicación que Manolo Rivera ha entregado a su villa bien merece que un día el rey Melchor, en un gesto que siempre recordaremos, le entregue en solemne sesión el reconocimiento oficial de su entrega a su patria chica. Nadie hasta hoy lo ha hecho con más calor, más emoción y más limpieza, tenga o no tenga nombramiento oficial. Lo será de hecho porque así consta en la entrega generosa que hace, que le honra, honra a su villa y a su tierra y nos honra a todos por su generosidad. Rey Melchor, Fermoselle necesita un cronista oficial. Aunque tarde y fuera de plazo, te lo pedimos ilusionados.