Nos movemos en una estructura social (en todos sus ámbitos) que tiene esqueleto de goma. No es que luzca vértebras con almohadones que amortigüen los golpes producidos cuando sus múltiples aristas chocan entre sí a falta de roces con otras estructuras, no. Es que anda a impulsos, los que provoca ese espinazo flexible que se tensa y destensa violentamente como una ballesta. Este cuerpo está anclado en la anormalidad, navega del principio al final en un suspiro, de una situación a la contraria en segundos.

Sólo así se entiende lo que ocurre permanentemente en esta sociedad nuestra. Por ejemplo, que pasemos en unas semanas de ser un país opulento, con crecimientos macroeconómicos espectaculares y codearnos con los países más poderosos del mundo (G7) a estar pensando en cerrar la Bolsa. O de comprar viviendas como descosidos porque era la mejor inversión a no pisar las inmobiliarias y verlas como entidades apestadas. Ejemplos de estos movimientos convulsos los hay a patadas, tantos que uno cree que este ir y venir permanente y acelerado es condición más que circunstancia de este mundo.

Otro ejemplo. El de los biocombustibles y biocarburantes. Hasta hace nada, unos meses, se veía como la gran alternativa a la crisis del campo. La idea de producir energía mediante el aprovechamiento de cultivos agrarios tradicionales como el maíz y los cereales fue acogida con sones de trompetas. Los ingenieros no durmieron durante meses. Hicieron proyectos a destajo. Para Zamora llegaron cuatro iniciativas. La más importante, sin duda, la planta de Ecobarcial, una inversión de más de 100 millones de euros. La cooperativa TEO se comprometió económicamente y también socialmente. Sus socios serían quienes sirvieran materia prima a la factoría, que debería haber entrado en funcionamiento este mismo año.

Pero la fiebre de los biocombustibles aquí ya llegó viciada. Mucho más virulenta en países como EE UU, salpicó a México, Brasil, Alemania... Tanto, que los precios de la materia prima se dispararon, incluso antes de ser utilizada de forma masiva. Hubo revueltas en los países consumidores de derivados cerealistas y las grandes almacenistas acumularon grano. Más subidas de precios. Tanto que ahora resulta impensable utilizar trigo, cebada y maíz para generar combustibles. Ya puede haber subvenciones de la Administración que a las cotizaciones actuales es imposible utilizarlos para producir grasa usada en la automoción.

Los proyectos están paralizados (la planta salmantina de Babilafuente está llena de telarañas). Ecobarcial está ahí, a la espera. La Teo no sabe qué hacer y los demás accionistas igual. Transformar remolacha como propone el procurador socialista Manuel Fuentes, haciéndose eco de una iniciativa de una empresa nacional, tampoco es rentable.

Del infinito al cero, ya digo. De ser el horizonte abierto y despejado a un callejón con pocas salidas. Lo que sí ha conseguido la iniciativa, apoyada institucionalmente, de transformar cereales en carburantes es que el mercado del grano ya no vuelva a regirse por las necesidades alimentarias. Ahora será el crudo el que marque la tendencia. Y, visto como está el panorama, que nadie piense en precios bajos.

Los expertos ya empiezan a fijarse con mucho más interés en otras producciones agrarias y forestales. Ahí están los residuos forestales o los que genera la transformación de determinados producciones que van directamente a los vertederos. ¿Por qué no se aprovechan las vides de las más de 30 millones de cepas de la provincia de Zamora?

Es imprescindible quitar gas a esta estructura social y calcificar parte de su esqueleto para evitar así los síncopes que produce el movimiento sin descanso. La producción de biocombustibles sigue siendo una opción para el sector agrario, pero no la panacea, que nadie se engañe. Y seguramente si se amplía el abanico de materias primas a transformar, aún una perspectiva muy saludable.