Y se decía el "nonplusultra", de la frase ingeniosa y tumbativa! En esta ocasión José Blanco se ha superado a sí mismo. Agarre usted la sutil metáfora: "El tiburón del capitalismo sale de la madriguera". Ya era hora de que depredadores escualos salieran de pequeñas guaridas de liebres, topillos, lagartos y otros animalejos de parecida presencia feroz. El feliz descubridor de la singular perla no es perito en tiburones como el novelista y reportero tinerfeño Alberto Vázquez Figueroa; pero conoce la metafórica acepción de tiburón como "persona ambiciosa y aprovechada". Y pone al economista Manuel Pizarro por caso de tiburón temible y con razón temido (por socialistas y nacionalistas catalanes). En cuanto abandonó la madriguera tentado por Rajoy salieron en tromba, para darle caza, los expertos fusileros del Gobierno, políticos y mediáticos. La salida en tromba furiosa es la estrategia que últimamente viene utilizando el partido gubernamental ante cualquier ataque, respuesta inmediata y contundente con todo el armamento disponible. Está muy reciente y no es necesario recordar en sus detalles el ataque en tromba a cardenales y obispos, para inutilizar los efectos de la famosa manifestación por la familia. La airada respuesta a la inclusión de Pizarro en la candidatura del PP resulta evidentemente unívoca; se respira por la herida al condenar su actuación en la opa de Endesa. En cambio los accionistas que se beneficiaron de su gestión le están agradecidos. Se le acusa de cebar la "catalanofobia" del PP; pero la entrega de la empresa a una sociedad italiana estatal en cierto modo se debió a una desafortunada finta política.

Ocurre que en los prolegómenos de la campaña electoral las sorpresas se suceden y unas a otras se restan fuerza e interés. El caso Pizarro ha cedido la primera línea de la actualidad al asunto Gallardón, ciertamente menos sorprendente e inesperado. Viene de lejos el contencioso entre la Comunidad y el Ayuntamiento madrileños quizá desde la creación de la Comunidad Autónoma que más de un experto constitucionalista consideró innecesaria como realidad territorial y de difícil funcionamiento; Madrid -se escribió un día- no debió concebirse como una autonomía más, ni siquiera como "prima inter pares". En cuanto a las arriscadas relaciones de la presidenta de la Comunidad y el alcalde de la Villa y Corte hay que decir que han sido motivo frecuente de comentarios. Todo el mundo, incluidos sus rivales políticos, conviene en que son dos grandes pesos políticos con ambiciones políticas legítimas, fuerzas equiparables y parecido apoyo popular contabilizado en las urnas por mayorías absolutas. Son muy lógicos y rara vez convenientes los encontronazos entre recios caracteres al servicio de ambiciones indeclinables; les resulta muy duro ceder. Ningún partido, por fuerte que sea, aguanta eternamente, sin daño y desdoro, luchas intestinas; es absolutamente preciso actuar a tiempo para evitar su encono. El llamado caso Gallardón ha explotado en momento inoportuno porque las elecciones ya están cerca. Por abulia o indecisión, Rajoy fue retrasando decisiones cuya espera ha puesto nervioso al personal. ¿A quién ha favorecido la demora? En una hora del mayor dramatismo se le dijo a Judas: "Lo que vas a hacer hazlo pronto". Será cierto, como él mismo ha declarado, que en la reunión con Aguirre y Gallardón el presidente del PP procedió con autoridad de jefe, con decisión firme, tal vez con la airada energía del pacífico, pero la excepción no hace la regla.

Al paso de las horas van cambiando las versiones de la reunión de Mariano Rajoy con Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón. A medida que los ánimos se serenan se hacen más suaves las reacciones del defenestrado de la candidatura. No significa lo mismo dimitir de alcalde a fecha fija que proponerse meditar su decisión. No sería justo, ni políticamente honesto, que pagara Madrid las consecuencias de un berrinche por muy justificado que parezca. Gallardón pidió al pueblo madrileño que pusiera en sus manos la vara de regidor y se comprometió a llevar a cabo un programa que le dio la mayoría de los votos en las elecciones. Está obligado a cumplir hasta el fin el mandato popular, con el mismo empeño que hasta ahora ha dedicado a su tarea.

A más de cuatro regidores les oí afirmar con orgullo que no se imaginaban honor mayor que el de ser alcalde de su pueblo. Así que pelillos a la mar

y a lo que estamos.