Estos Somoza, Paco y Oscar, Oscar y Paco, son la pera. No lo digo sólo yo, lo dicen cuantos les conocen y admiran y alaban sus obras respectivas: la arquitectura civil y religiosa, la arquitectura gastronómica y la otra arquitectura del mecenazgo que se levanta sobre pilares firmes de apoyo al desarrollo de la obra de jóvenes artistas que, conociendo la generosidad de Paco y Oscar, no tiene contrapartida monetaria alguna que no sea la satisfacción de una acción siempre loable en todos los sentidos.

Paco me recuerda muchas veces la figura de aquel noble romano, Cayo Cilnio Mecenas, consejero de César Augusto, que otorgó generosa protección a artistas contemporáneos suyos. No hay más que comprobar la colección de graffitis que atesoran las paredes de ese cofre de las maravillas que es el Hotel NH Palacio del Duero. Aquella experiencia de Paco se ha repetido, también en el ámbito de la pintura, pero sin el mismo éxito. Para conseguirlo hay que estar hecho de la pasta de este Somoza. Si durante el Renacimiento, eso del mecenazgo fue una práctica extendida que llevó a familias como los Medici a proporcionar protección y sustento a muchos de los artistas más importantes de su tiempo, a comienzos del siglo XXI es el Medici sanabrés quien realiza la misma función. Paco por un lado, pero es que por otro, y también conjuntamente, está Oscar. Y Oscar es el Néstor Luján de nuestros días. Si éste es catalán de Mataró, Oscar es castellano y leonés de Sanabria, que son palabras mayores. Los pilares de Madrid se sustentan sobre hijos de Sanabria. Y si Luján era hijo de un maestro guarnicionero del cuerpo de artillería, Oscar es hijo de José Somoza, comisario de Policía, una institución que siempre se recordará, dentro y fuera de Sanabria, a diferencia del difunto padre del difunto Luján. La gastronomía de Sanabria tiene carta de naturaleza, gracias a Oscar, bien es verdad que este Somoza sabe rodearse

de un equipo compacto, unido en lo bueno y en lo malo, y al que sólo separa la jubilación de algunos de sus miembros. Pero ahí están como ejemplo de empresa, como ejemplo de trabajo bien hecho.

El martes nos dieron muestras, una vez más, y gracias a Carmen, verdadero cerebro de la Jornadas Gastronómicas de la Caza del Mesón Sanabria, de su buen hacer, en una comida pantagruélica a la par que exquisita que contó con un relator, con un pregonero de postín que conoce bien a estos hermanos, me refiero a Lorenzo Díaz, sociólogo y escritor, el hombre de la palabra cautivadora, del verbo gastronómico más divertido, más ocurrente, más cercano, ajeno a la pomposidad aburrida de tantos como ejercen el oficio desde la altanería, la cursilería y la afectación. Claro que Lorenzo Díaz es único y lo demás son imitaciones, salvando a los salvables, claro. Con los Somoza estaban sus amigos, sus incondicionales. Quien tampoco faltó a la cita, como amigo e incondicional, es Delfín, mi ídolo, mi columnista de cabecera. Me divierte, me pinta sonrisas y eso es lo que cuenta. Además, Delfín siempre está. Como están Paco y Oscar, Oscar y Paco cuando los necesitas. Eché en falta a mi querida Ana de la Peña y a Vi, que son esas dos mujeres de bandera que están al lado de los dos Somoza de referencia, de estos alegres y divertidos chicos que llevan cosidos a sus apellidos los de Cilnio Mecenas y Medici. Los Somoza son así, de este jaez tan peculiar que sólo se da por tierras de Sanabria. Ellos llevan en su pensamiento y en su corazón a todos sus amigos, que son legión. Sus amigos llevamos a los Somoza en el altar de nuestro corazón. Un brindis por los Somoza con vino de Fariña, siempre, y crema de orujo de Panizo, los pesquis, los sisios y el pucherito saben mucho mejor. Felicidades.