Pasados los Reyes la ciudad, movida por un mundo artesano lleno de fuerza y de posibilidades, comenzaba, en sus barrios a recordar y festejar a sus santos patronos, dando vida y color a su diario laboral, cargado de tensiones, de dificultades y de incertidumbres pero conservando vivo ese fondo que resiste al tiempo a oxidación y a las alteraciones y a los cambios de todo orden, origen e intensidad. Esa fortaleza y seguridad ha permitido que lleguen hasta nosotros, con ciertas variantes propias de los cambios sociales a lo largo, a veces, de siglos.

Lo que llamamos los Barrios Bajos, el valle de la margen derecha del Duero, también conocido como la Judería Vieja, polígono artesano incluido dentro del recinto a partir de finales de los siglos XIV y XV, con las Puertas del Tajamar y del Pescado, va a ser una de los motores romeros de la ciudad, comenzando el día 15 con la romería de San Mauro, abogado de las dolencias de la garganta, que atraía de las tierras de Sayago y del Vino a romeros que llenaban las posadas. La iglesia de La Horta aglutinó ya en los tiempos contemporáneos esta romería junto a la del día 20, festividad de San Sebastián, también vinculada a esta zona de la ciudad y a la misma parroquia de la Horta. Siempre el mundo artesano ha estado vinculado a tradiciones conservadas con cierto mimo que ha permitido a través del tiempo su mantenimiento, llegando hasta nosotros con el calendario y su santoral.

En medio de estas dos romerías se celebraba en los grandes arrabales de la ciudad con amplio carácter agrícola y ganadero, San Frontis y San Lázaro, la festividad de San Antonio Abad, el popularmente conocido por San Antón, cuya festividad se celebra el 17 de enero. El arrabal de San Frontis, con su ermita en los aledaños de la calle que hoy lleva su nombre, constituía una fiesta más popular, y las ofrendas al santo y las loas formaban también parte de la liturgia de la fiesta. Ambos arrabales, con familias de ricos labradores y ganaderos, mantuvieron siempre un alto nivel de celebración. Si tenemos en cuenta como simple referencia histórica los principios del siglo XVI, nos encontramos que en este arrabal de San Frontis se levantan un total de quince edificios, desde ermitas, iglesias, hospederías y monasterios con una población, concretamente en el censo de 1630, de 151 pecheros, o sea los que pagaban impuestos y 3 clérigos que atendían espiritualmente al arrabal.

Este número que parece exagerado forma parte de esos sesenta y seis templos que por esas fechas aparecen en documentos y publicaciones de la época.

Pasado San Antón, el 23 llamaba a la puerta San Ildefonso, festividad en la que era el Consistorio el que en nombre de la ciudad organizaba la fiesta desde las vísperas. De la misma manera, en las celebraciones de las Cuarenta Horas, en la parroquia de San Juan, a cargo del Ayuntamiento corría la organización de las mayordomías y atenciones a los fieles.

Seguiría la fiesta de las Candelas con su ermita, hoy Capilla de las Josefinas de la Reina, y después San Blas, que volvería a los Barrios Bajos, para rematar con las Aguedas cuyas celebraciones adquirieron siempre gran relieve tanto en San Frontis como en San Lázaro, con cierta superioridad para este último, acaso porque en el fondo late desde hace siglos su lejanísimo pasado judío, como lo recuerda una parte de su toponimia en el callejero y una hermosa tradición hebrea que siguen celebrando con todo rigor y afecto al que hasta allí llega en la fiesta de su patrona, la Santísima Virgen del Yermo. Y ya ininterrumpidamente los Carnavales; y a seguir, sin prisa a ritmo de calendario, pero sin pausa, romerías, ermitas y advocaciones. Una fuerte tensión religiosa se ha mantenido durante siglos y es tan rico y variado el tema como todas y cada una de las sugerencias que podemos comentar y añadir. Bastaría repasar algunas publicaciones cercanas a nuestro tiempo, de finales del XIX, para quedar sorprendidos de la enorme fuerza que ese conjunto de influencias mantenía sobre la población.