El partido de la oposición reclama mayor atención para las ruinas de Castrotorafe, unas ruinas que, como otras más o menos importantes, nos definen. Bastaría recordar la historia de este enclave desde hace más de dos mil años con la mansión de Vico Acuario sobre la Vía Augusta y los pilares del puente como testigos, que nos hablan de la ruta que enlazaba ésta con el Itinerario XVII. Y por si hay dudas, en la otra margen del Esla aflora Roma a lo largo de Misleo. Ese castro se nombra con un vocablo árabe, Torafe, que significa límite. Fortaleza desde la Alta Edad Media, Fernando II, (1157-1188) concede a los Freires de Cáceres la fortaleza y su encomienda de siete pueblos, que se convierten en la Orden Militar de Santiago. Esta es su cuna. En la fortaleza viven algún tiempo doña Sancha y doña Dulce, las hijas del primer matrimonio del rey de León Alfonso IX, de 1188 a 1230. En esta fortaleza está prisionero algún tiempo el Conde de Urgell, traído desde Urueña para alejarlo más de sus tierras. Sede de la Encomienda de Santiago que avanza con la reconquista hacia el Sur, hasta llegar a Uclés, hoy su sede histórica, con olvido de Castrotorafe, donde nace. Roces con el Císter de Moreruela por límites y tierras y cuando Fernando el Católico, en 1476 se presenta ante Zamora ocupada Toro, reclamando sus derechos al trono, Juan de Porras, alcalde de las Torres del Puente, abre las puertas al rey y ocupada Zamora por sorpresa después de la Batalla de Toro y ocupando el monarca el Maestrazgo de las órdenes militares, da a Juan de Porras la Encomienda de Castrotorafe en pago a su servicio o a su traición. La Encomienda, al pasar a la Corona, adoptó la advocación de Nuestra Señora de Realengo como recuerdo y reconocimiento del hecho en la iglesia de San Cebrián de Castro, apellido que llevan los siete lugares que formaban las tierras de este territorio. El muro de la ermita y su solar fue explorado por la Universidad de Salamanca y localizados determinados detalles del conjunto hace más de treinta años. Ya es hora de que esa pieza, de la que se pueden escribir miles de páginas de nuestra historia, olvidada y abandonada a su suerte salga del olvido. Llegado este punto, no tengo más remedio que romper una lanza a favor del antiguo régimen, que nombró unos guardas con carácter oficial de la Dirección General de Bellas Artes en los lugares que la Comisión Provincial de Monumentos había indicado. Así en San Martín de Castañeda, iglesia y restos del monasterio, el señor Antonio del Estal, que tenía la llave de refectorio donde se habían recogido todos los retablos desmontados de la iglesia cuando pasó a ser iglesia parroquial. En Villalpando sólo tenía los restos del cinto y la Puerta de la villa el señor Cañibano. En Moreruela, el señor Peñín y Castrotorafe, como guarda residía en San Cebrián.

Muchas veces ha sido motivo de comentarios en tertulias y mentideros Castrotorafe, pero nunca nadie ha dado un paso al frente aportando una idea que contribuyera a conservar, a restaurar y a dignificar esas ruinas. Claro que para eso hay que comenzar a recordar su memoria y eso parece que no interesa. Una Asociación de Amigos de Castrotorafe tampoco interesa, eso ya no cuela casi nada. Aún recuerdo aquel uno por ciento dedicado a Cultura en todas sus manifestaciones. Ese hecho me sugiere que si el uno por ciento de la inmensidad del cobro de la casta política, sueldos, gratificaciones, dietas, liberaciones, solo el cincuenta por ciento de eso se dedicara a restaurar el patrimonio que yace abandonado y hundido por el peso de su propia historia, estoy seguro que surgirían ideas, dedicaciones y soluciones de todas clases. Celebro que el partido de la oposición recuerde hoy a Castrotorafe. Hay cosas que de momento no dan nada, pero nos definen y eso también hay que cuidarlo. A veces hasta mimarlas.