Se han cumplido los veinticinco años de la inauguración del nuevo Palacio Provincial, ese noble edificio que los hermanos Morán Pereira donaron a su ciudad para acoger a los de su clase, cuando alboreaban los primeros años del siglo del barroco y desde entonces cumplió celosa y fielmente la misión encomendada, buena lección la de los hermanos Morán Pereira, que pocas veces se ha repetido.

Nuevos criterios y nuevas necesidades obligaron a sacar fuera de la ciudad esos servicios, que coinciden con nuevos criterios y proyectos que van a convertir el antiguo palacio de los Condes de Alba y de Aliste, que fuera en el último tercio del siglo XIX hospicio, en Parador de Turismo, una acertadísima operación. Iniciadas las obras de adaptación, el hospicio pasó al ya vacío hospital de la Encarnación, mientras se levantaba el nuevo hospicio, ya bajo la denominación de colegio del Tránsito. Sin duda, lo de hospicio u orfanato sonaba mal; habíamos entrado en la dinámica de cambiar de vocabulario, pero no de fondo, ni siquiera de costumbres. Terminado el citado colegio y trasladados los acogidos a él, presidiendo la Corporación Provincial, don Felipe Rodríguez Lorenzo se plantea el proyecto de adaptar el hospital de la Encarnación como Palacio Provincial ante las limitaciones del edificio que desde 1882 acoge a la institución provincial. Aquel acuerdo va a verse hecho realidad bajo la presidencia de don Luis Cebrián Velarde en los primeros días del año l983. Se han cumplido los veinticinco años de esta efemérides y justamente coincide con la noticia de obras que se anuncian en el viejo palacio, que nos parece justo recordar brevemente algunos datos de sus orígenes y de algunos detalles a considerar.

Este edificio ocupa el solar del palacio de los Campomanes, que fue adquirido por la Diputación en 1866 y había sido Gobierno Provincial. En 1867, bajo planos y dirección del arquitecto don Pablo Puesta, se inician los trabajos colaborando en su terminación el maestro de obras don Enrique Rodríguez Trigo y don Segundo Viloria, terminándose en 1881 y quedando instalada la institución provincial en el palacio al año siguiente, en 1882.

Hemos de destacar en el nuevo edificio, en primer lugar, su fachada a la calle que entonces se llamaba la Rúa, que nos recuerda un tanto las líneas renacentistas y en la que interviene de manera destacada y notable, según consta, nuestro escultor don Eduardo Barrón. El gran portalón de entrada es explicable, sin duda, por el proyecto pendiente de Plaza Mayor, del que solo se realizaría el lado noreste, proyecto que llevaba a la Rúa con soportales hasta la actual Plaza de Viriato, lo que nos explica este portalón y el retranqueo del Teatro Nuevo, hoy Ramos Carrión. Pero en su interior, hay que contar desde la nobleza de su escalera a la decoración de las salas y salón de sesiones, donde los artistas señor Marín y sobre todo Pardo, cuyas alegorías a la historia de Zamora destacan con sus personajes, creando en el salón un ambiente que ayuda a la hora de las grandes solemnidades en él celebradas. Por esos despachos y ese salón de sesiones ha desfilado toda la historia de un siglo de lo que es la provincia. Por ella han pasado personajes de todas las clases, del gran teatro del mundo, de la sociedad, de la cultura. Nos perderíamos a la hora de ordenar todo ese conjunto de material que se ha gestado dentro de ese palacio, al que según parece le ha llegado la hora de renovar sus entrañas, labor delicada de buen cirujano del que esperamos se ennoblezca sin perder ese carácter decimonónico que lo caracteriza. Posiblemente en algún rincón de las saletas solitarias se escuche alguna vez, mitad suplica, mitad lamento, dejadme.