Dicen que las comparaciones son odiosas y esto puede pasarnos también en la Iglesia. Por Roma circula el dicho de que uno acudía a ver a Juan Pablo II, pero viene a escuchar a Benedicto XVI. Y en este mismo periódico Jesús Hernández sugería a Paloma Gómez Borrero la siguiente afirmación, que la amiga de estos dos grandes papas hacía suya: "Ese simbolismo es muy bonito. Casi te lo cogería como imagen. Juan Pablo II era un huracán y Benedicto XVI es brisa? o una especie de soplo tranquilo. Quizá la brisa ya es demasiado". Que uno y otro son diferentes es evidente, y que este juego que hacemos "los de casa" al compararlos entre sí es sano también. No es tan inocente en cambio esa zafia campaña malintencionada que intenta presentar a uno como el abuelo entrañable del mundo y a otro como el pastor alemán frío y cerrado. Los jóvenes católicos no somos tontos y no vamos a dejar que nos vendan gato por liebre. Si a Juan Pablo II le queríamos por su gran confianza en nosotros y por su jovialidad, de Benedicto XVI nos cautiva su tímida pero afable sonrisa y la clarividencia y valentía de su palabra. Uno de nosotros decía: "Juan Pablo II me entusiasmó con Dios y con la Iglesia; quiero que Benedicto XVI me diga por qué". Y es que el papa Ratzinger tiene la extraña capacidad de plantear y responder en voz alta los interrogantes que cada uno de nosotros lleva en su corazón. Por eso no es de extrañar que al término de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia (2005) surgiera un movimiento internacional de jóvenes llamado "Generación Benedicto". Dicha generación toma como modelo y "representa en el mundo de los medios a millones de jóvenes, que quieren exponer una posición positiva respecto al Papa Benedicto XVI y a la Iglesia Católica y Romana en las Jornadas Mundiales y en la vida social". Su carta de presentación ha sido un libro de género epistolar en el que doce jóvenes plantean preguntas profundas a las que sus mismos compañeros responden en el espíritu del Papa. Los temas tratados son la oración, la conciencia, la vocación, el sufrimiento, la indiferencia religiosa, la libertad, la felicidad, el relativismo y la verdad, el compromiso social y el papel de la Iglesia en el mundo. Durante sus últimas vacaciones, el Papa tenía en su mesa este libro juvenil. Leyó todas las cartas y decidió escribir un prólogo personal en el que reivindica el diálogo y la forma pregunta-respuesta para anunciar y transmitir la fe: «El cristianismo es "respuesta" y, como tal, hace posible que también otros esperen y crean, convirtiéndose en co-creadores y co-esperanzadores". ¿A qué esperan, amigos lectores? Este libro y esta generación son también para los jóvenes "de corazón".