Son muchas las voces que hemos escuchado en los relatos evangélicos de este tiempo de navidad: los ángeles que gozosos anuncian el nacimiento del salvador, los pastores que acuden a Belén a adorar al recién nacido, José y María que se preguntan con asombro sobre todo lo que está sucediendo, los magos de Oriente que desde lejos han venido a postrarse ante el rey de cielo y tierra.

En este día cerramos el ciclo de navidad con la fiesta del bautismo de Jesús en la que escuchamos a Dios mismo con voz clara y potente diciendo: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto". Estas palabras acaban por clarificar totalmente la identidad y la misión de Jesús.

Hoy esas mismas palabras se siguen pronunciando sobre cada uno de nosotros, ellas nos revelan nuestra identidad y nuestro ser más profundo. Cuando cada uno nos preguntamos ¿Quién soy yo? No nos satisfacen plenamente las respuestas de yo soy lo que hago o yo soy lo que los demás dicen de mí o yo soy lo que tengo. Todo cristiano descubre su ser más íntimo y personal cuando se percibe a sí mismo y vive como "el tú amado de Dios". Toda nuestra existencia es una continua y permanente afirmación: "yo soy el amado de Dios".

Es cierto que somos pobres, pequeños, débiles, insignificantes, pero a los ojos de Dios cada uno es "el amado". Esa voz suave y tierna que me llama "amado" ha llegado hasta nosotros de muchas maneras: la familia, los amigos, compañeros, personas desconocidas que se van cruzando en el camino de la vida.

Toda nuestra existencia es la realización de este proyecto. Las palabras de San Agustín "mi alma está inquieta hasta que no descanse en ti, Señor", son el mejor resumen de este caminar al encuentro del amor mismo que es Dios. Es tarea de cada uno la disposición interior para recibir alegres y gozosos este don que se nos ofrece. El día de nuestro bautismo comenzó la bonita y hermosa aventura de vivir como hijos amados de Dios. Cada nuevo día que pasa es una nueva oportunidad para gustar y disfrutar de este maravilloso regalo. También para vivir con intensidad la comunión y la fraternidad de todos los que nos llamamos y nos sentimos hijos de Dios.