Ayer volvió a Zamora, a su tierra, Chema para todos y Castilviejo para la historia del arte de estas tierras, fecundas donde las haya en esos campos, pero ásperas y difíciles de entender, como muchas veces escuché a este pintor.

Repasar el camino de Chema es fácil, arrancando con Daniel Bedate en los ya lejanos tiempos de la Escuela de San Ildefonso, un salto hacia delante y una acertadísima aventura, cuyos frutos son de todos conocidos, como también el juicio que Chema hizo siempre de su tierra. Aquella aventura que fue dirigida con verdadero acierto por los sucesores marcó el arranque de una corriente artística que marcaría con el sello del triunfo a los que arrancaron en ella. Unos quedaron, otros marcharon y la dispersión restó fuerza y vigor a aquella genial idea. Varias fueron las soluciones que se intentaron como continuación, pero les faltaba a los intentos la tierra apropiada para que prosperaran y solo hoy hay un estudio que mantiene aquel lejano espíritu, más como recuerdo personal y romántico para seguir con los pinceles y el lienzo.

Chema marcha a Valladolid, donde se afinca y trabaja incansable y tenaz, convertido en ese Castilviejo que nos ha dejado cuadros cargados de emoción, junto a esas secuencias que arropa la obra grande del artista. Visité a comienzos de la década del setenta del pasado siglo Gráficas Castilviejo y en aquellos talleres se tiró el primer cartel que el Ayuntamiento de Zamora encargó como promoción. De gran tamaño, reproducía la talla de La Virgen de la Majestad de la Catedral, vulgarmente conocida como Virgen de la Calva, Castilviejo hizo una auténtica creación con el cartel. Sus últimos catálogos de exposiciones constituyen por sí solos magníficas obras de arte como si el espíritu de aquella lejana escuela hubiera seguido pesando y dirigiendo la paleta del artista y la sombra de Bedate la animara.

Nuestro Museo de Bellas Artes nos ofrece en su sala de exposiciones una panorámica del artista zamorano, "del dibujo al grabado", donde nos encontramos con una faceta poco conocida del genial artista, acaso por su desvinculación con nuestra ciudad una vez que decidió romper sus relaciones con ella y asentarse a orillas del Pisuerga, que le ofrecía sin ninguna duda muchas más posibilidades como el tiempo demostró.

El hecho de ofrecer la posibilidad de conocer este aspecto de la obra de Chema no muy conocido, nos abre las puertas a la esperanza de que, a lo largo del año, pasen por esta sala esa serie de artistas consagrados por el arte y poco conocidos, salvo para eruditos o investigadores en ese campo, lo cual constituiría una lección viva y práctica de poner en contacto al gran público con la obra de quienes dejaron honda huella.

Cuando se publicó la tesis de la doctora Inés Gutiérrez Carvajal, sorprendió a propios y extraños la numerosa pléyade de artistas zamoranos del pincel y de su categoría dentro del panorama nacional, demostrando con su testimonio el campo y la fecundidad de la tierra en ese campo, fenómeno que parece haber decaído de manera notable. Sin embargo la tierra sigue siendo fértil y exposiciones como la que nos ofrece el Museo de Zamora constituyen no solo auténticos aciertos sino estímulos vivos para los escolares. Acaso un programa en la dirección de repasar figuras de la tierra patrocinado por las instituciones locales constituiría un atractivo y un repaso digno de conocerse, cuando a través de su época se puedan seguir otros ritmos y otros ambientes que en muchos casos dictaron los guiones de la obra de los artistas, como la década del cuarenta marcó en gran parte el camino personal y el del arte en el propio Castilviejo. También en el arte hay un determinismo sociológico en nuestro origen que Chema supo romper y cambiar a tiempo por otro.