No me extraña que los franceses estén que trinan con su apuesto y mundano presidente. Mientras Sarkozy vive una prolongada luna de miel, antes de contraer matrimonio, cosa que hará el próximo febrero, con la actriz y modelo italiana Carla Bruni, los galos ven cómo, poco a poco, van perdiendo poder adquisitivo, amén de otras pérdidas que empiezan a alterarles la psique. Y todos conocemos sobradamente cómo son los franceses alterados.

La popularidad del "Sire" francés cae, casi en picado, mientras su libido sube hasta el punto de pensar en un nuevo matrimonio, como la ley manda, con esta chica tan mona y tan joven, mucho más que el presidente, con la que ha tenido los bemoles de aparecer en público, pasearla y presentarla como pareja en las que constituyen las más largas vacaciones navideñas de un presidente francés. Los franceses a trabajar, a dar el callo, mientras el presidente prolonga en demasía unas vacaciones que le pueden salir caras y no ya económicamente, tiene amigos ricos que le subvencionan, pero sí políticamente.

Se les ocurre hacer eso mismo a Rodríguez o a Rajoy y España se hubiera puesto al borde del golpe de Estado, o casi. Por menos, y eso que su discreción fue absoluta, Rodrigo Rato se vio obligado a poner tierra de por medio, aunque de forma muy rentable. A Sarkozy le gustan más las faldas que la presidencia de Francia. Es más, yo creo que esta última es un instrumento precisamente para lograr eso que, en principio, parece haber logrado monsieur Nicolás, tras su separación, la segunda, de Cecilia Ciganer, con la que tiene un hijo pequeño al que parece prestar menos atención que a la hija o hijo de la Bruni, convertido en la carabina con la que pasean su amor, primero por Egipto, luego por Jordania y más tarde, ya veremos.

A los franceses no les ha hecho mucha gracia la publicidad que acompaña a esta gira sentimental por Oriente Próximo de su presidente y amenazan con ponerle las cosas muy difíciles a su vuelta. Aunque me temo que de nada va a servir. En cuanto vuelva, les sonría dos o tres veces seguidas, matrimonie con su chica y todo vuelva a la normalidad, los franceses olvidarán, como olvidará la izquierda que acidula sus críticas y la derecha que se ruboriza ante lo que muestran las imágenes que recogen cadenas de televisión y diarios. Pero, ha sido valiente, no como los políticos en España, donde se mantiene a la propia colocándole en todo el frontispicio unas prolongaciones óseas de tipo boreal, mientras se lo pasan bomba con la otra a la que no sacan del apartamento ni para ir a cenar a Lucio. Hay mucha cobardía al respecto en el ámbito de la política patria.

Los dos, la Bruni, doce años menor, y el Sarkozy, llevan un carrerón impresionante basado en las infidelidades y los escándalos. Tengo para mí que después de Kevin Costner, Mick Jagger, Eric Clapton o Donald Trump, entre otros muchos amantes habidos y por haber, lo que más impresiona a la Bruni de Sarkozy es, precisamente, la presidencia del vecino país francés. Y eso que no me atrevo a poner en duda los encantos que pueda tener monsieur, más debajo de sus lorzas corpóreas y aún por encima de ellas.

Lo verdaderamente cierto es que, hasta su llegada al Palacio del Elíseo, ningún otro mandatario galo se había atrevido a tomarse unas vacaciones de ida y vuelta, contubernio amoroso incluido, como las que, cuando esto escribo, todavía no sé si habrán terminado para la pareja. Porque, como no las concluyan pronto, quienes van a acabar con el mermado crédito político y personal que, en estos momentos, tiene en su haber Sarkozy, van a ser los ciudadanos franceses. Los que le votaron y los otros. Unos y otros siguen pensando que, esta vez, la ha echado larga, muy larga. No sea mal pensado, la vacación, por supuesto.