Las luchadoras de las últimas décadas han logrado, con pundonor y resistencia, que las nuevas mujeres disfruten de una vida que en derechos se va asemejando a la del hombre.

Y mientras el camino nos lleva al final buscado, van naciendo, también, a nuestro alrededor princesas, reinas, duquesas, condesas y toda una marabunta de señoras de alto copete.

Se nos presenta a las damas como profundas y sentidas, empáticas hasta la extenuación, comprensivas, dialogantes y sufridoras. Pacientes y trabajadoras. Lo femenino se muestra como signo de virtud, frente a lo masculino que resulta ser anodino y vulgar. La tozudez del varón no puede competir con la delicada suntuosidad de la mujer. Porque la mujer de hoy es bella por dentro y bella por fuera. Los sentimientos de las mujeres son excelsos, mientras que los hombres ni padecen, sólo actúan por instinto animal. Los muchachotes van al fútbol a ver a unos bestias dar patadas a un balón, compran un periódico repleto de fotos y titulares de una palabra para regodearse con la intrascendencia de un partido falto de enjundia. Las mujeres leen novelas de letra pequeña, de seres humanos que sienten como nadie es capaz de sentir, donde la humanidad humanitaria destila deseos de ver un mundo mejor.

Las mujeres de hoy, también van de compras.

Las mujeres de hoy van de shopping o de chopin que queda más musical. Acuden a diario, se estampan contra el escaparate, se arrancan los ojos, salivan sólo imaginando las prendas puestas sobre su delicada constitución. Porque allí están esas ropas cambiando de lugar, de época, de caja, de estante, de color, de forma, de tamaño, de estilo, de marca. Cambian y cambian y cambian. Y ellas entran y entran y entran a coger, a tocar, a lamer. Y se prueban, y se vuelven a probar, y miran el precio y lo vuelven a mirar. Y un giro aquí, y un paso allá, sube, baja, levanta, aprieta, recoge, remanga, dobla. Y combinan. Y un collar, y un colgante, y un anillo, y otro anillo, y otro anillo, y otra falange, falangina y falangeta. Y un pañuelo, fular, bufanda, pareo, cinturón, cadena. Ellas son reinas y tienen que estrenar a diario. Necesitan ser admiradas, observadas, las hormonas recompensan cualquier vistazo somero del sexo opuesto. Su vida, en definitiva, se justifica por esa mirada de aprobación. Ellas, representantes de lo femenino, arrastran a sus parejas al maravilloso mundo de los centros comerciales para usarlos femeninamente como perchas humanas, como serpas cargados con bolsas gigantes mientras ellas cabalgan sobre la pasarela-pasillo con sus gafas de ventisca y el logotipo arañando su orejita delicada. Ellas se miran, se retan. Ellos se compadecen. Ellas gastan y gastan, hasta una media de 562 euros al año. Para ellas las tiendas están dispuestas a introducir colecciones "nuevas" cada semana. Todo debe parecer nuevo, aunque en absoluto lo sea. No importa, al fin y al cabo, en lo efímero de su vestimenta no hay memoria ni estética, sólo un mero reclamo publicitario, un eslogan biológico: "Mírame, lo necesito". Yo, desde luego, no las culpo, lo llevan en su naturaleza desde hacia miles de años.

Y ser superfluas no es nada fácil. Hace falta sentido y sensibilidad.