Sabido es que los pueblos cultivan su tradición histórica y que se enorgullecen de hacerlo. Se hacen así corresponsales de la historia, porque la tradición no es sino la secuencia de la vida de los pueblos y, al hacerlo, se honra a los antepasados y a los descendientes. La vida en común es un programa para el pasado y para el futuro, ese plebiscito cotidiano, que decía Renán, y que se logra en la coincidencia del espíritu. En el ritual colectivo de la ciudad de Zamora, la Navidad y la Semana Santa tienen una razón de ser. Se nace y se muere como Dios quiera. Mi abuelo materno, que nació en Zamora, dejó escrito en su testamento que quería ser amortajado con la túnica de cofrade de la procesión del Silencio y, muerto, sólo le faltaba el hachón en la mano.

En una de las visitas que hiciera a Zamora en los días de la Semana Santa la eximia pintora Carmen Gómez Pérez Neu, que es precisamente la que divulgara las imágenes de la vida doméstica del pueblo celta, cuando su historia entre nosotros no era sino una niebla, recreó en su espacio familiar la intimidad y la indumentaria de los celtas. Carmen Gómez Pérez Neu había hecho un retrato de su padre que hubiera firmado Rubens, y había reivindicado, en un libro, el elogio de cuantas mujeres se habían dedicado al arte de la pintura en nuestro país, y, cuando quiso expresar en un cuadro la significación de la Semana Santa de Zamora, hizo la pintura de un capirote y en ella lucía no sólo su forma sino que era, al mismo tiempo, un símbolo de la piedad. La geometría parece ceder ante el símbolo. Es un cuadro, más que para un Museo, para ser ofrendado a la Junta pro Fomento.

Por fidelidad al espíritu de ese símbolo, en todas las casas de familia de Zamora se reproduce, con ingenua verosimilitud, la escena del nacimiento de Cristo y sobre un cielo de papel azul y sobre unas montañas de corcho, la posada en la que Cristo había nacido. Yo escribí un día «el Niño ha nacido orilla del Duero y ribera del pan» y en otra estrofa decía «aquel de la josa traiga soledad» porque «más de lo que tiene nadie puede dar, y todo es presente de fe y caridad». El Padre José Ignacio Prieto quería escribir la música y murió cuando ya tenía el borrador de la partitura.

El poema aquel no era sino un villancico y precisamente ahora ha llegado a mí, de una mujer zamorana, Fili Chillón, poetisa, pintora y modelista en barro, vocación artística plural, un poema, escrito por ella misma en el que dice «¡ay, si ella me dejara mecer al Niño Dios cuando llorara?!». Y, como ella ¡cuántas otras madres zamoranas dirían lo mismo ante el Nacimiento!

El cultivo de la tradición es un manantial estético pero es también belleza el sentimiento de la piedad, el de la compasión que nos aproxima al conocimiento de los elementos sustantivos de la vida. Las máximas creaciones literarias y arquitectónicas han tenido en la historia de España una vinculación religiosa. El sentimiento cristiano ha sido el arquitecto de nuestro modo de ser, de nuestro sentido de la libertad y de la necesaria fuerza de la comunidad.

Quédese el Papá Noel para otras celebraciones, pero, sin despreciarlas, queremos que vuelvan los Reyes Magos, los del Nacimiento en la pobreza.