La vida es modorra, vuelve una y otra vez sobre lo mismo. Con el inicio del año se alza de nuevo el telón y ahí sale cada cual, guión en mano, pero sin saber a ciencia cierta cómo le irá en la representación. Nos hemos hecho a la idea de que, con solo traspasar el umbral del 2008, habremos dejado atrás los demonios familiares. Y brindamos por ello. Pero, fuerza es reconocerlo, ningún año entra con los deberes hechos, ni con la perspectiva de un aprobado general. Eso sí, con el último brindis y con la traca final recogemos lo hecho y lo dejado por hacer, hacemos balance, reunimos a los amigos y agradecemos juntos esa vida, que nos abre a un sinfín de posibilidades. El creyente celebra también por estos días al "Dios con nosotros", un Dios con voluntad de aproximación por más que sea visto como extraño y hasta tildado de hostil en amplias capas sociales. Todo es cuestión de gracia y de libertad.

Acabo de leer "El niño con el pijama de rayas" del escritor irlandés John Boyne, una historia en forma de fábula de Bruno, hijo de un oficial alemán en Aushviz, y de su amistad, alambrada por medio, con el niño judío Shmuel. Un montón de semejanzas, salvadas las diferencias, con el film "La vida es bella" del cineasta Roberto Benigni. ¿Qué quieren que les diga?, la Iglesia en España, y con ella un buen número de ciudadanos (no todos se desplazaron a Madrid), tienen la impresión de haber quedado por dentro de la alambrada, presos de una política de trinchera, que olvida y hace rasero de la historia cuando del catolicismo se trata; de una política de libre y sangrante disposición sobre la vida, de desconocimiento del derecho de los padres a la educación de los hijos y de bajos, muy bajos, niveles educativos; una política, en fin, de vuelta al pasado y de preocupante repunte de los nacionalismos.

No, no se nos pone en las manos un presente de optimismo, ni un futuro de esperanza por más que se nos quiera convencer. Algo, mucho de esto, han querido dar a entender las familias que se desplazaron el pasado domingo a Madrid. En una sociedad un tanto desconcertada y con evidentes problemas cualquier luz, por vacilante que sea, es fuente de esperanza. Y la manifestación del pasado domingo lo fue y también, cómo no, esa presencia en imagen y con etiqueta de calidad vaticana de Benedicto XVI. Más allá del interesado baile de números queda patente el malestar de un inmenso número familias cristianas y con ellas los obispos que, con mayor o menor acierto en la exposición que de todo ha habido, han coincidido en lo preocupante del momento actual. Vale la nota general y ésta es mala. Pero nada lleva el signo de una eterna permanencia. "Todo esto pasó hace mucho tiempo

y nunca podría volver a pasar nada parecido". Es el final (¿y el augurio?) de la historia de "El niño con el pijama de rayas".