Es pronto para preguntarse si este año, todavía en mantillas, se nos hará demasiado largo; es bisiesto y electoral, preocupante conjunción. El almanaque viene con una hoja más que, para compensar, se le ha añadido al loco febrerillo, el más corto de los meses. Don Rosalino Revuelta, mi querido maestro, ponía mucho interés en explicarnos los intríngulis del bisiesto; que si el año tiene algo más de 365 días; que si las sobras de cuatro años se acumulaban en un día; que si? Le enfrió el fervor docente una preguntita intempestiva del alumno Manuel "Carriles": -Don Rosalino, el 29 de febrero ¿habrá escuela o nos dará vacación? El buen maestro rezongó: -Es que no se enteran de nada. Bien entendida, la pregunta planteaba una cuestión que siempre trajo de cabeza a filósofos y poetas: la utilización del tiempo, que es un bien escaso e irrecuperable. Un día es un día; para el joven una aburrida eternidad; para el viejales poco más que un soplo que no permite planes a largo plazo. Un castizo de la madrileña calle del Humilladero justifica su desgana: "Año nuevo vida nueva, otra vez la matraquilla; pa cuatro afeitados que le quedan a uno?". Quedó en el desván del olvido la matraquilla de inoperancia demostrada. No es la falta de tiempo sino de voluntad la que anula el propósito de vida nueva; la rutina, hija de la comodidad, se complace en alargar el tiempo y no se aviene al cambio que suele ser apresurado y conflictivo.

2008 ha comenzado como terminó 2007: con las espadas de la confrontación en alto. Las elecciones inminentes no aconsejan a los políticos moratorias ni recesos para repensar temas y suavizar la crispación; es previsible que después de marzo, este año, largo de 366 días, se arrastrará cansado, derrengado del esfuerzo; ya decían los clásicos que no se debe mantener el arco en permanente tensión. El contencioso de la Iglesia y el Gobierno socialista ha vivido, a caballo de 2007 y 2008, unos días de dura confrontación que ha puesto en evidencia el mismo estado de crispación que ha caracterizado las relaciones entre los rivales políticos a lo largo de la legislatura. Escribíamos a propósito de la concentración "Por la familia cristiana" que la salida de la Iglesia a la calle respondía a la reacción motivada por determinadas leyes, de claro signo laicista y anticatólico. No se ha hecho esperar la reacción del Gobierno y su partido a la multitudinaria manifestación organizada por el cardenal arzobispo de Madrid y que contó con el apoyo de la Conferencia Episcopal, la asistencia de cardenales y obispos y la voz, en videoconferencia, del Papa. Acaso la contestación hubiera resultado lógica, templada y convincente si las presuntas previsiones electoralistas no la hubieran radicalizado hasta el extremo de convertirla en un ataque furibundo a la Iglesia.

Sin embargo, el presidente Rodríguez Zapatero prefirió inclinarse por el "suaviter in forma"; la voz suave y cadenciosa, el gesto sereno y los ademanes cuidados parecían los propios de un director de Ejercicios Espirituales, le faltó el alzacuello para hacer más visible la semejanza. La Conferencia Episcopal ha declarado que no insistirá en la polémica. ¿Habrá tenido algo que ver con esta responsable decisión el mitin de Zapatero aparentemente interesado en guardar las buenas formas?

Una vez más los pájaros se han tirado a las escopetas. En las airadas réplicas de otros lideres socialistas han abundado insólitas exigencias y peregrinos consejos a los cardenales y obispos y consecuentemente al Papa. José Blanco no cede a nadie la primacía en el disparate. Se ha permitido recomendar a los cardenales que lean la Biblia. Ahora, bien debiera tener en cuenta que estos monseñores son gente lista, muy preparada en brillantísimas carreras coronadas con doctorados incluso en Sagradas Escrituras. Precisamente en citas bíblicas precisas y contundentes fundamentaban sus alegatos a favor del matrimonio estable entre hombre y mujer y a favor de la vida, tanto en su comienzo como al final. Blanco se ha confesado cristiano y amenaza con borrarse. Sabe que en el cielo se celebra una gran fiesta cuando vuelve un prófugo; piense en el duelo que provocaría el abandono de un cristiano; no quiero imaginarme un cielo de luto por la defección de José Blanco. Bromas aparte, la situación es preocupante para los obispos: en la comentada polémica, cristianos socialistas se han mostrado más fieles al partido que a la Iglesia. ¿Por qué? No son falsas o infundadas todas las afirmaciones de los líderes socialistas en sus replicas descalificadoras de la manifestación por la familia. Es evidente, sangrante, la falta de unión entre algunos obispos banderizos. El Emérito propone una relación entre los obispos presentes en la Plaza de Colón y los ocupados en otros menesteres; también están próximas las elecciones de la Conferencia Episcopal.