Todos menos los eternos descontentos, se apuntan al optimismo cuando pintan oros y asoma un futuro coloreado de rosa; pero es un iluso digno de lástima el que cuando amenazan bastos, se muestra eufórico y seguro. Zapatero se autodefinió un día, optimista antropológico, (ahí queda eso). Siempre será preferible ese optimismo indeclinable al pesimismo crónico; es mejor aceptar con el optimista el lado bueno y obviar las facetas negativas de la realidad, que primar como el pesimista solamente sus aspectos más desfavorables. Existe, sin embargo, otra opción más justa y conveniente por alejada de todo partidismo; considerar la realidad tal como es y pronosticar el futuro sobre datos contrastados y no sobre deseos más ambiciosos que realizables. El Año Nuevo ha sido saludado con los consabidos augurios de venturas; con palabras antiguas cargadas de buena voluntad y sinceras intenciones. Hay que reconocer que en este tipo de mensajes el optimista siempre gana al pesimista; la salutación de Año Nuevo es invitación sincera a la esperanza cierta o se queda en amasijo de palabras hueras y engañosas; por tanto, nunca debiera ser polémica. ¿Qué decir del mensaje, insólito en la forma de Rodríguez Zapatero?

El Día de los Inocentes, el Presidente Zapatero expuso ante los periodistas reunidos en la Moncloa una pormenorizada relación de realizaciones de la legislatura "dura y ruda" que agoniza. Casualmente era el Día de los Inocentes. No parece propio hablar de balance puesto que no se comparó el activo y el pasivo no se consideraron con talante de equidad los logros y los fallos de la gestión. En seguida -la soga tras el caldero o viceversa- el jefe de la oposición replicó con otro informe que se asemejaba al de Zapatero como un huevo a una castaña. Según el Presidente, su primera legislatura triunfal se ha manifestado como un abundantísimo manantial de bienes sin mal alguno que pudiera considerarse relevante y descalificador; por su parte, Rajoy considera que la etapa, mírese como se mire, ha significado un fracaso sin precedentes. El líder socialista la premiaría con matrículas de honor en todas y cada una de las asignaturas; menos en profecía, donde estuvo fallón; el profeta ve de lejos y Zapatero no vio el burro que tenía a tres pasos Rajoy a toda la clase con suspenso general, tal vez sin el menguado consuelo de un solo suficiente. Porque la política se conduce también con leyes no escritas, a Rajoy no se le exige que justifique su crítica de la gestión gubernamental; en cambio, los medios periodísticos y los comentaristas miran con lupa y discuten las triunfalistas afirmaciones de Rodríguez Zapatero. Fue tan grande el cúmulo de realizaciones que sacó a la luz pública en la Sala de Prensa de la Moncloa, que más que a balance de realidades incontestables sonaba a programa de promesas electorales; el discurso más que crónica de una legislatura casi caducada podría interpretarse como una visión profética de la próxima. Inconvenientes de apretar demasiado y de meter en el mismo saco realidades patentes con otras discutibles y discutidas. "Nihil nimis"; de nada demasiado ni siquiera de lo mejor; a veces conviene huir de la manía de contarlo todo y sacrificar el orgullo legítimo para no caer en la estúpida vanidad o en la afectación que condenaba Maese Pedro . Y ya es sabido que el triunfalismo es una forma de afectación.

Coincidencias no programadas. Fue casual la declaración de Zapatero a los periodistas el Día de Inocentes. Tampoco sería lícito relacionarlo con los últimos datos desvelados por el CIS y que en principio, ponen en duda sus optimistas previsiones. No han de faltar políticos y comentaristas que juzguen paradoja molesta cantar como absolutamente boyante la situación económica cuando las gentes hacen nuevos agujeros en el cinturón. Aparte de que se discuta la ortodoxia de algunos datos macroeconómicos, es muy preocupante la escalada de precios que se manifiesta imparable. Contradictorio augurio del Año 2008: nos desea prosperidad y llega con angustiosos encarecimientos en consumos de primera necesidad. Es de agradecer que, al menos, no se anden con tapujos y los anuncien con claridad. El agua, la electricidad, el gas, el butano, el Metro, los trenes y algún servicio más que no recuerdo estrenan nuevas tarifas, más caras en un porcentaje aproximado del cinco por ciento. Y nos ofrecen este consuelo: en parecida proporción suben el salario mínimo y las pensiones. Piense el jubilado de buen conformar que sale ganando; cobrará más, gracias a la revalorización de su pensión; en cambio puede responder a la alzas de precios, comiendo y bebiendo menos, limitando el número de viajes, aprovechando la luz del día y negándose a la funesta manía de las propinas. El Emérito concluye con su habitual sorna: si lo hacemos así se hará general la autorizada opinión del optimista: este año somos más ricos que en el pasado; y en el próximo más. Amén.