El paradójico principio de Lampedusa deja de ser contradictorio y absurdo cuando se aplica al mundo de los negocios. Una empresa cambia para aumentar sus ganancias, lo que es su principal, acaso única, razón de ser; es lógico que intente vender los cambios como exigencias del progreso y del servicio al cliente. En algunos casos serán ciertos estos motivos; pero a la postre, la causa final de contentar al cliente es mejorar los resultados del negocio; así es, y no supone desdoro reconocerlo pues se trata de prácticas comerciales honestas. Sin embargo, no todos los cambios satisfacen al cliente, especialmente cuando sus intereses han cedido a los fines estrictamente utilitarios de la empresa. De un tiempo a esta parte, el cliente se muestra quejoso según he leído en algún comentario periodístico; y si fuera verdad que siempre tiene razón, habría que aceptar sus quejas como justificadas y atendibles sin excusa ni dilación; pero tampoco sería lícito exagerar con términos absolutos; el que siempre tiene razón no se equivoca nunca, tal cual Dios, por lo tanto, el elogio desmesurado al presunto comprador más parece treta de vendedor que reconocimiento sincero. Se queja el antiguo parroquiano de la falta de aquella atención cordial de los tradicionales comercios. Seguramente el servicio hoy es mejor en rapidez, eficacia y limpieza; pero las máquinas ni permiten la relación personal. Una mañana, en una oficina bancaria de Zamora cierta conocida señora se acercó según tenía por costumbre al mostrador, cartilla en mano, y pidió que se la pusieran al día; el empleado le dijo que ella misma debía hacerlo en la máquina que tenía. La viejecita replicó que esa era función de los empleados que para eso cobraban; además, esa máquina no habla remató; la señora no quería renunciar a la acostumbrada cháchara mensual con el señor banquero.

Auto-Res ha cambiado su ubicación en Madrid; se ha trasladado de la Plaza de Conde de Casal a la Estación Sur de Autobuses en la Calle de Méndez Alvaro. Protestan los vecinos de la Plaza, los de Entrevías y los de la Arganzuela; y el cambio no ha gustado a los usuarios de los autobuses que ahora lucen en el morro un letrero que grita un prepotente "AVANZA". Siempre es costoso romper una rutina y los pasajeros se habían acostumbrado a las discretas instalaciones de Conde de Casal, una zona amable, muy bien encajada en el urbanismo madrileño entre moderno y tradicional. La Estación Sur fue traslada hace unos años de Palos de la Frontera a Méndez Alvaro. Este era un barrio viejo y destartalado que desde hace años están urbanizando para la modernidad; gracias al alcalde Arias un día pudo presumir de tener el puente más largo de Madrid. Hoy es una zona urbana abrumada por el tráfico y condenada a sufrir el aire más contaminado de la ciudad. Es previsible que con la incorporación de la numerosa flota de Auto-Res se agraven los problemas a no ser que el Ayuntamiento decida procedimientos radicales y resolutivos; puede hacerlo ya que Ruiz Gallardón no se arredró ante el desafío de obras de incomparable mayor entidad que realizó en su absoluta totalidad como fehacientemente quedó demostrado. Así lo esperan ahora estos protestadores vecinos y asociaciones de todo tipo.

Unos protestan porque se la llevan, otros porque se la traen. El traslado de Auto-Res, por ahora, solamente satisface a la empresa que ha hecho otro lampedusiano cambio. Con el consiguiente disgusto del viajero, ha suprimido definitivamente la parada en la Florida; le obligaron obvias limitaciones urbanísticas, pero por consideraciones que desconocemos no la trasladó a un lugar próximo. Es muy raro que llueva a gusto de todos, se lamenta un amigo zamorano, porque con esta epatante teoría de túneles hemos perdido el interesante recorrido turístico que Auto-Res hacía por Madrid. Personalmente guardo un agravio de la empresa desde que suprimió, por su cuenta y razón, paradas en Medina del Campo. La cosa es que a mi vez, tuve que prescindir del café en Punto Rojo; no me favoreció el cambio propiciado por las conveniencias de la veterana empresa. Y que no quede en el tintero otra queja compartida con otros viajeros por el cierre a media mañana del despacho de billetes en la estación de Zamora. ¿Tanto cuestan dos horas de taquilla? ¿Por tan poco se molesta y cabrea al cliente?