A Gasol y compañía los rusos les robaron la (Ges)cartera. La selección había dilapidado en partidos menos relevantes su arsenal de triples y tiros libres y cuando llegó la hora de la verdad ya no había ahorros en la billetera y sólo quedaban tiros de fogueo. Las vacas flacas y altas ex soviéticas tenían el trapío de un mihura zahíno y embistieron sin contemplaciones al rojo, un rojo apagado que no supo encenderse al calor de una grada al rojo vivo. España no perdió por mala suerte, ni porque el último balón no pasara por el aro; perdió porque jugó rematadamente mal: a los Gasoles se les agotó en el trayecto a Grecia la gasolina. El país entero llora la derrota de los chicos de oro, pero el metal precioso ya está en Moscú, que la historia es cíclica como una pelota de baloncesto.