Nada es lo que parece. O lo que parece acaba siendo lo que no es. Antaño, los magos se ponían en faena y con una loción de polvos mágicos extraían, abracadabra, un conejo de una chistera (que es un sombrero de chiste, como su propio nombre indica). Hoy día, los conejos de turno se sacan magos de la manga, sin levantar la más leve polvareda, y nadie presenta una denuncia, por fraude, en el cuartel de la Guardia Civil. Paseo por la Plaza de Castilla y León y me topo con una muchedumbre que observa atónita a un tal Carlos Adriano, un mago que sale de la chistera de un conejo. La magia es un ejercicio incalculable: la sota de mi prima Jacinta se fugó con un prestidigitador ambulante que le echó unos polvos y luego desapareció. Y a los nueve meses nació Carlitos.