La infanta Leonor ya tiene conciencia del peso del saber; fue retratada tirando de la mochila sobre ruedas en su primer día de escuela. Con mirada tierna muchas madres de este país noble y sensiblero han admirado la simpatía y desparpajo de doña Leonor. Los medios periodísticos han publicado el documento gráfico como anuncio amable de la apertura del curso. La mochila caracteriza al escolar de hoy cuyo primer conocimiento de los libros le llega por su peso. De casa a la escuela -y viceversa- camina el niño como los antiguos mozos de cuerda, agobiado por la mochilla repleta de libros y cuadernos. En pura retórica se dice que los niños se han echado los saberes a la espalda pero la verdad monda y lironda es que cargan con el peso físico de muchos libros, quizás en demasía. Vivamente preocupados algunos médicos vienen avisando de la probabilidad cierta de malformaciones en las espaldas infantiles, a causa del incorrecto y penoso transporte impuesto a los niños.

Acierta en su melancólico recordar Jorge Manrique: "a nuestro parecer/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor". Tenga en cuenta el avisado lector que el poeta no afirma que el pasado es siempre mejor que el presente; en algunos casos concretos nos lo parece acaso porque nos fuera muy bien en aquella feria. Entonces es lícito dar fe a nuestro experimentado parecer, reconociendo que hubo tiempos en que los escolares, libres de pesadas cargas, fuimos más felices que los que hoy soportan la pesada mochila. Recuerdo mi primer día en la escuela de mi pueblo. Llegué con un solo librito, "Rayas", guardado entre dos tablas que cerraban dos correas demasiado larga para tan escaso envoltorio; una pizarra y un pizarrín completaban mi equipación escolar. A lo largo de los años, millares de niños aprendimos a escribir en la pizarra y a leer en "Rayas": "Mi mamá me mima amo a mi mamá" Los libros se heredaban de padres, tíos, hermanos; no chocaba ver al compañero de pupitre con un viejo ejemplar de "Rayas" cosido por la madre. En consecuencia la economía familiar no tenía que pasar por la angustia de gastos extraordinarios en los comienzos de curso. El entusiasmo de los primeros años republicanos por la escuela se manifestó en la construcción de colegios -menos de los que pretenden hacernos creer-, la atención a los maestros y la renovación y modernización del material escolar de acuerdo con la nueva Pedagogía; es histórico el fracaso de más de uno de aquellos ilusos voluntaristas que levantaron más escuelas en el papel que en el suelo, como dijera Azaña de Marcelino Domingo; pero a ninguno se le ocurrió la peregrina idea de condenar a los escolares

a cargar con una mochila henchida de libros y a los padres, a gastarse lo que no todos tienen. Con frecuencia antes inusitada, cambian planes, sistemas y programas de enseñanza en aras, según se dice, del progreso, ciertamente las ciencias adelantan que es una barbaridad pero no debieran avanzar tanto que invaliden los textos de un curso para el siguiente.

Encoge el corazón contemplar en los noticiarios televisivos las tristes estampas de niños llorosos a la entrada del colegio; para algunos el primer día de clase supone aventurarse en lo desconocido. Los niños de pueblo no pasábamos por ese trance doloroso y desesperanzador; en cierto modo, la estampa del maestro nos era familiar; habíamos jugado con todos los alumnos veteranos, ingresamos en compañía de nuestros quintos, once en mi caso. Probablemente pasados unos meses, una tarde cualquiera nos tentaría hacer novillos, no por un miedo a la escuela que nunca nos asustó. Total, como se justificaba el rapaz gallego, "pa lo que se aprende en un día".