La alarma ha dado los primeros toques de atención sobre un problema que viene a sumarse a otros muchos de distintos niveles en categoría

e importancia, pero no menos reales y peligrosos.

Entiendo que se puede sintetizar el fenómeno social en tres puntos de referencia, clave para entender el fenómeno y definitivo para resolver el problema planteado antes de que explote esta bomba que se está generando en el seno de la sociedad del bienestar y que no por ser del bienestar está libre de errores, de conflictos de graves fallos. Y de explosiones sociales cuando se rebasan las líneas de seguridad establecidas por el sentido común, las normas de convivencia y las estructuras sociales creadas al objeto. Educación, vigilancia y responsabilidad hacen de esos tres puntos de referencia a tratar y recordar.

He recorrido la semana pasada los llamados Barrios Bajos, desde la Avenida del Diablo a la calle Zapatería, Puerta Nueva y Santa Lucía y me he encontrado con una auténtica exposición caligrafiada por todas partes llenando fachadas, puertas, espacios de toda clase y condición, sin guardar el mínimo de respeto que merece la propiedad privada en principio y el mínimo de educación que debe llevar como tarjeta de presentación todo aquel al que se le concede derecho para andar, pasear y divertirse en la calle como persona decente, educada y responsable. La Educación, según parece, ha entrado en crisis. No sé si se debe al cambio de siglo o que se han perdido o se han prostituido los principios elementalísimos que salían de casa, se perfeccionaban y cultivaban en la escuela y se desarrollaban en el corazón de la sociedad, que nos guste o no nos guste está en la calle. Seguro que suena a raro eso de la calle, pero si queremos hacer una radiografía de la sociedad, la primera placa hemos de tirarla en la calle. Los detalles, los matices vendrán después, pero si no partimos de fuera adentro difícilmente llegaremos a conclusiones claras. Familia, escuela, sociedad constituyen partes fundamentales de un conjunto al que después vamos a exigirle todo, acaso demasiadas cosas, que no le hemos dado, que no nos hemos preocupado de administrarlas a su debido tiempo y en la proporción adecuada. De aquí el desorden y la anarquía que están sembrando en la calle aquellos a los que les dieron permiso para que se manifiesten con sus instintos sin ningún cuidado ni orden.

Ante esta avalancha de desprecio a todo lo conseguido en el seno de la sociedad, queda en libertad de acción la vigilancia, adecuada, firme, sin presiones y sin alardes de ningún tipo, sencilla y llanamente que se manifieste en la justa medida y con la fuerza y la acción que tiene encomendada. También la vigilancia tiene categorías, escalas y matices que alcanzan a todos los ciudadanos, empezando por el derecho de todo ciudadano a defender sus intereses, en la misma medida y proporción que tiene el deber de respetar los ajenos, y esto marca e impone una situación y unos criterios. A esta vigilancia se une la de las instituciones, perfectamente sincronizadas, para cumplir con la misión que se les tiene encomendada: el cuidado y respeto a aquello que forma parte del contrato social establecido por la propia sociedad.

Y por último, la responsabilidad. Alguien es responsable de esta anarquía pictórica que convierte a los llamados Barrios Bajos, para unos, Judería Vieja para otros, en uno de los rincones más sucios, pintarrajeados y manchados de toda la ciudad. Nadie se sorprenderá el día que haya un altercado. Vamos a saltar al primer factor de la educación y después que nadie se llame a engaño. Toda fachada o puerta es una propiedad que hay que respetar.