Las nuevas tiendas de juguetes sexuales se parecen más a jugueterías que a las sexerías hasta ahora conocidas. Se acabaron la oscuridad, la cortina, el fondo negro y el neón de las expendidurías sexuales. Luz, colorinos y todo a la vista. "Es que ahora son mujeres las que están enfocando el negocio y haciendo la cesta de la compra de la cama" dicen las habituales del "fijaté". Parece que prima el juego y eso, visto lo que venía siendo el sexo, no está mal. ¿Quién dijo que no se juega con las cosas de comer, aparte de casi todos los educadores reglados e informales narrando las variantes que iban del sexo pecaminoso de los curas al trágico de tantos cineastas y novelistas? Vendrán los que no se quejen del sexo sino de sus juguetes. "Los amantes de hoy no tienen imaginación. Se lo dan todo hecho", protestarán los que, por circunstancias, tuvieron mucha más imaginación que sexo. (La clave es ese mucha. Siempre hay más imaginación que sexo). "Los juguetes siguen siendo sexistas y perpetúan los roles", refutarán los empeñados en que dé la vuelta la tortilla y sean otros los que tengan el vibrador por el mango en nombre de la igualdad de géneros y de la de los que les da igual. "Ahora hay diseños y materiales nuevos. Eso antes lo hacíamos todo a mano", dirá el artesano. "En nuestra época practicábamos el sexo con otros chavales del barrio y una pelota hecha con trapos", recordará el abuelo y alguien disculpará, con un titubeo, su demencia senil. "Los juguetes sexuales están plagados de sexo", denunciarán las asociaciones habituales. No olviden la pregunta que recomiendan los defensores de los consumidores: "¿lleva incluidas las pilas?"