El Duero ha hecho siempre de las suyas. No hay demasiadas citas de sus grandes crecidas, pero desde el siglo XVIII ya tenemos referencia interrumpidas de sus desmanes.

El próximo sábado, Peleagonzalo celebrará el Centenario de la gran fiesta que el pueblo llevó a cabo con la inauguración de su nueva iglesia, sustituyendo a la arrasada por las aguas en la crecida de 1860. Esta crecida se llevó por delante a dos pueblos: Peleagonzalo y Villalazán. Los cuales fueron trasladados fuera del Valle del Duero para evitar sus avenidas. En el caso de Peleagonzalo, se trasladó a la ladera del Cerro de San Benito, donde se encuentran las bodegas, que sirvieron de refugio en aquel momento, como ya lo habían hecho en la también célebre crecida del 6 de febrero de 1788. Desde la citada crecida del sesenta hasta el 25 de febrero de 1906, año en que se termina la actual iglesia y se inaugura con toda solemnidad, los cultos se celebraron en un local costeado por el vecindario. Dedicada a san Miguel Arcángel, en ella se mantenían, a pesar de no disponer de iglesia, las cofradías del Santísimo Sacramento, de san Roque, tan popular en el mundo rural y la de las ánimas, muy frecuente también en núcleos de cierta entidad.

Faustino Gómez Carabias, en su "Guía de la diócesis 1884", nos da referencia sobre la localidad y la parroquia. Y el amigo Julio Sánchez Salgado ha realizado un trabajo verdaderamente excepcional sobre su pueblo, trabajo que bien merecería la pena de reeditar por las instituciones para divulgación y conocimiento de tantos y tantos interesados en conocer las tierras de lo que es nuestra provincia. Comenzando por el Ayuntamiento y terminando por la institución provincial, el trabajo de Julio debe ser divulgado aunque en parte se publicó día a día en nuestro periódico. Su reedición sería una oportuna y seria aportación a la cultura sobre nuestra tierra. Como noble y obligado recordatorio a esta noble villa, en su término y en un día de marzo del célebre año de 1476, dos ejércitos, el de Alfonso de Portugal y el de Fernando, decidieron el destino de Castilla y de España y posiblemente también el de Portugal. En esas tierras y en el espacio entre el asentamiento primitivo del pueblo, el río Duero y el Puente de Toro se desarrolló la más singular, célebre y trascendente batalla de la historia de dos pueblos, esos que hoy se miran y se acercan de manera franca, sincera y obligada dejando de darse la espalda y entregándose generosamente en ambos sentidos, porque entienden ambos que sólo sumando y colaborando decididamente se pueden alcanzar metas definitivas.

Y como ocurre en la historia de los pueblos han tenido que pasar seis siglos para llegar a este reencuentro que deseamos sea definitivo. El Duero ha marcado los caminos tan claros que sólo la torpeza de los hombres los ha hecho intransitables, hasta que con la colaboración precisa e insobornable del tiempo se llega al reencuentro para seguir el trazo marcado por el río. Separarse de él es perderse por vericuetos y caminos que casi siempre llevan a ninguna parte.

Para conocer las aventuras del Duero, que obligó a Peleagonzalo a subirse al cerro, es bueno repasar las Memorias Geológicas de Gabriel Puig y Larraz (1884) que nos llevarán muy lejos pero nos enseñarán muchas cosas sobre el Duero principal río zamorano, mientras Peleagonzalo celebra el primer centenario de su actual iglesia.