El 23 de febrero de 1981 yo tenía 17 años y cursaba 3º de BUP en el instituto de mi pueblo, al que años más tarde dieron el nombre del capitán de Comuneros Juan de Padilla. Cuando cundió la alarma, estábamos en clase de Filosofía. El profesor, Don Francisco, un socialdemócrata de Madrid de gusto snob y próximo a la jubilación, se sintió indispuesto y suspendió las explicaciones. Blanco como la pared recién pintada del gimnasio, bajó a la sala de profesores, donde había cónclave, y ya no se le volvió a ver. Unos cuantos chavales de Fuerza Nueva, hijos de guardias civiles la mayoría, se pusieron a cantar el "Cara al sol" en el "hall" del centro y el director, indignado, los echó a la calle. Ellos persistieron en sus cánticos en el patio, con la mano alzada al gusto fascista. Desde la ventana, a los demás alumnos nos parecieron los payasos de un circo de camisa azul. Se les atribuyen algunas pintadas apócrifas de aquella tarde, en paredes señaladas del pueblo, donde quedó escrito "Rojos, al paredón". Don Francisco apareció al tercer día, como un resucitado. Y nos contó que había sacado billetes para el exilio. Todo lo que pasó aquel día me pareció argumento de Berlanga.