Debo comenzar confesando que, hasta hace unos meses, yo no sabía ni una sola palabra sobre don Florentino Hernández Girbal. Nunca había oído ni leído su nombre. Nadie me había hablado de él, ni sabía a qué se dedicaba. Pero un día, bastante reciente, hojeando la revista "Discoplay" -una de las pocas que leo asiduamente, para mantenerme informado sobre novedades en el mundo de los libros y de los discos- me llamó poderosamente la atención el título de un libro que decía: "A los 97 años", con un subtítulo, más explícito, que añadía: "Personajes, amigos, recuerdos y añoranzas". Si el título me atrajo enseguida, el subtítulo acabó de despertar mi interés porque siempre he prestado una gran atención a cuantos libros tratan de memorias o recuerdos de otros tiempos.

El caso es que lo pedí, lo recibí y lo he estado leyendo con verdadera complacencia. Porque he sabido que el señor Hernández Girbal fue un extraordinario periodista y un biógrafo excepcional que, con "97 años" cumplidos, -y con este significativo título- ha querido escribir un libro en el que he podido enterarme de muchísimos datos sobre su vida y su obra, ambas de un interés muy singular.

Entre las muchas cosas que cuenta, he visto, por ejemplo, que ha dedicado una buena parte de su vida a relatarnos, con toda minuciosidad y con especial atención a los más pequeños detalles, las vidas de "Julián Gayarre, el tenor de la voz de ángel", "Manuel Fernández y González, el rey del folletín" "Juan Martín, ´El Empecinado´ terror de los franceses"; "Amadeo Vives, el músico y el hombre"; "Adelina Patti, la reina del canto", "Salvador Sánchez ´Frascuelo´, el matador clásico"; "Federico Chueca, el alma de Madrid" y "José de Salamanca, el Montecristo español". Ocho biografías, de las cuales ya tengo siete. Sólo me falta la de la Patti, que dicen que está agotada. Estoy terminando de leer la vida apasionante del marqués de Salamanca, un hombre excepcional que comenzó a intervenir en la vida política española como alcalde de Monóvar, tuvo que soportar durante un tiempo el despotismo de Fernando VII, conoció y se enamoró de Mariana Pineda, -cuya ejecución, por haber bordado una bandera, presenció- se enfrentó a unas patrullas de milicianos, que prefirieron huir en desbandada antes de combatir con su reducida tropa. Se vino a Madrid, como diputado por Málaga, e inició una carrera desenfrenada hacia el éxito y la fortuna más deslumbrantes.

En la primera etapa de su vida fue un habilísimo jugador de Bolsa, que logró reunir millones de reales. En la época siguiente, construyó ferrocarriles, comenzando por el de Madrid a Aranjuez, para seguir luego hasta Alicante y extendiéndose por toda España y aun por el extranjero, porque contaba con grandes amigos, que colaboraron con él, en Francia, en Gran Bretaña e incluso en Alemania... En la última etapa de su vida se dedicó a la construcción

en gran escala y levantó, en el corazón de Madrid, todo un barrio que, todavía hoy, es considerado modernísimo y ejemplar. Por eso lleva su nombre y, en lo más céntrico de él, se ha levantado su estatua, de cuerpo entero.

Hay que decir también que se construyó tres palacios y los amuebló con toda clase de riquezas, que se arruinó dos veces y que acabó su vida casi sin un real.

Esta vida, tan interesante, llega a adquirir matices de apasionante en la magnífica biografía que le ha dedicado Hernández Girbal... Si todas las otras biografías son tan interesantes como ésta, me prometo unos meses de verdadera satisfacción con su lectura.

Hernández Girbal fue, además, un hombre que se mantuvo activo y en plena lucidez hasta su muerte, a los 102 años y muy reciente aún.

En su libro "A los 97 años" cuenta muchas cosas sobre su propia existencia y no tiene ningún empacho en proclamar su republicanismo, que lo llevó a permanecer encarcelado en el Penal de Ocaña, en condiciones lamentables, durante cinco años de los treinta a que había sido condenado. Por cierto, cuenta de un compañero de prisión y de condena que se fue a vivir a Redondela, "acogido al generoso mecenazgo de don José Regojo -nuestro ilustre paisano-a quien desde entonces llamó su Conde de Lemus", supongo que sería por agradecimiento...

Acabo de enterarme de que don Florentino ha muerto, no hace mucho, a los 102 años de su vida. Yo me atrevo a recomendar a quienes encuentren en cualquier librería alguno de sus libros, que lo hojeen y, si les es posible, que lo compren, en la seguridad de que habrán adquirido un libro muy valioso y de muy agradable lectura.