Hoy se habla mucho del turismo rural, pero apenas si se tiene en cuenta el que pudiéramos llamar turismo doméstico, es decir, el turismo para andar por casa, un turismo que está fuera de los cálculos de la publicidad comercial. Se habla del saber universitario cuando aún no se ha cursado la primera enseñanza.

Cito un itinerario, el de Zamora a Carbajales de Alba. En este simple trayecto se encuentran todas las significaciones de la identidad de Zamora.

La primera, en la frente. La clave histórica, que es una clave eminentemente religiosa, está representada por la iglesia de Santa María la Real, de La Hiniesta, cuya portada, de flores y músicos, es como una creación del espíritu y de las formas del Románico, en la que Cristo como juez, con su Madre, San Juan y toda la corte celestial, aparece como en una figuración medieval, como Pantocrátor. La luz que mana de La Hiniesta es una luz vegetal, un arbusto que creo viene de Valorio. Por Valorio va la procesión de la Virgen de la Concha. Por un paisaje, más bien austero y pobre, en el que los pueblos parecen agazapados a la espera de los cazadores, y los rojos de los ladrillos están atenuados por el musgo y los líquenes, ese mismo musgo que crecía a la sombra de las murallas de Astorga y que era un musgo episcopal y que nosotros arrancábamos de los prados del Edén de Gaudí para nuestro nacimiento doméstico, un nacimiento de la pobreza celeste.

Otra de las significaciones que uno se encuentra de la identidad de Zamora, es el amor y la estética de la artesanía en los bordados de Carbajales que son como diseños para un rompecabezas cromático, véase Miró o Canogar. Yo creo que si Agatha Ruiz de la Prada utilizara retazos de esas telas de Carbajales en el diseño de vestidos, pañuelos u otros complementos, estaría el nombre de Zamora en el panel de la actualidad de la moda. Acaso sean fantasías mías, pero de la imaginación, conforme y monótona, de Carbajales podría surgir alguna ráfaga de surrealismo. Precisamente en el arenal de Carbajales, junto al agua, descubrí el fulgor de la mies y quién sabe cuáles serían los antecedentes cromáticos de la adivinación de las artesanas carbajalinas, cuál fue su noviciado, porque hay una mística de la moda que siempre responde a un estilo de vida y a una declaración de lo social.

Y, finalmente, una de mollejas de ternera con sabor a perejil y a ajo, en arroz blanco o con patatas a la panadera.

Son tres significaciones culturales y una sola persona, Zamora, donde el granito, el roble y la encina son la materia de las raíces de la fe; el pan y la flor, la masa de la artesanía, y la gracia el encanto de los bordados, oficio manual de una gente callada, que vive esperando una oportunidad, como tantas en Zamora, con nostalgia de futuro. Ese sería para ellas el santo advenimiento.