En los últimos días ha vuelto a salir a la calle, que es la opinión pública, en letra de molde, el tema del tren de la que fue hace ya hace más de un siglo Transversal Plasencia-Astorga, que constituyó una auténtica revolución en las comunicaciones de nuestra ciudad y provincia y que junto al Medina-Zamora marcó una época muy destacada como se puede apreciar cuando cronológicamente se sitúan procesos de desarrollo en las vertientes que la época ofrecía y que se notan hasta en el desarrollo urbano de la ciudad.

El progreso, que es imparable e insaciable en su carrera, completó aquellas redes que comenzaron a trazarse a caballo entre los dos siglos pasados y algunos tramos quedaron pendientes en nuestra provincia como el enlace Benavente-León. Proyectado durante el Directorio Civil, nunca llegó a realizarse, con un intento en la década del cuarenta-cincuenta del pasado siglo también malogrado. El motor de explosión se levantaría con la supremacía de las comunicaciones y muchos de los trazados de las vías de la primera mitad del pasado siglo XX quedaron dormidos, silenciosos, aparcados y algunos cerrados definitivamente a pesar de haber constituido auténticos ejes de desarrollo de regiones enteras. Esto ocurrió en 1093 cuando se decidió cerrar la que se llamó a finales del siglo XIX Transversal Plasencia-Astorga, quedando en vía muerta la que últimamente se llamaba Vía de la Plata (Gijón-Sevilla). Sus automotores fueron las últimas unidades que hicieron el recorrido, más como una evocación romántica que como un servicio práctico y naturalmente rentable. Ante esto surge la pregunta: si las pérdidas económicas obligan a dejar de cumplir con las necesidades de los ciudadanos que pagan sus impuestos religiosamente o si por el contrario hay que satisfacer esas necesidades a pesar de tales deficiencias económicas. Sin más averiguaciones ni comentarios que nos llevarían muy lejos, lo cierto es que la línea se cerró aun cuando miles de zamoranos hicieron e hicimos en muchas ocasiones el viaje hasta llegar a la Torre del Oro en aquellos automotores de Gijón a Sevilla.

Después de más de veinte años abandonada a su suerte la citada vía se oyen voces de reapertura, cuando los ferrocarriles apuntan por modernísimas versiones, convertidos en auténticos aviones terrestres.

Se resuelva el problema de una u otra forma, se abra la línea férrea o siga derribándose tranquila y sosegadamente, hasta que un día surja cualquier accidente o contratiempo, y a pesar de todas las facilidades de comunicación existentes con la vecina ciudad del Tormes, esa que sigue siendo nuestra cabeza de Distrito Universitario, me sigo haciendo un sinfín de preguntas, a las que después de más de sesenta años aún no he sido capaz de encontrarle una respuesta sensata, adecuada y convincente. Pero este es otro cantar, y hoy es el tren el que nos llama. Esperemos que si la recuperación de esa línea fuera un hecho, la estación, ese hermoso edificio ferroviario, no se haya caído y haya aplastado bajo las escombros las posibilidades de volver a escuchar el paso del ferrocarril por el túnel y salir echando humo hacia el puente metálico, llevándose con él alegrías, y sueños, esperanzas e ilusiones, como eran las que nos llevaban hacia Salamanca, allá mediada la década del cuarenta del pasado siglo, viaje que constituía una auténtica aventura y a la vez una fiesta que nos marcó definitivamente a tantos zamoranos.

Si la estación principal de Zamora está seriamente deteriorada, las de trayecto no me atrevo a preguntar. Mejor será seguir soñando hasta que el despertar de un ruido tremendo nos devuelva a la realidad.

Una vía más o un camino es siempre una posibilidad de desarrollo y de futuro.