Toro es una ciudad que capta la atención y cautiva desde la primera visita. No hace falta ni ser un experto en ninguna de las Ciencias Sociales, ni en especialidades aún más concretas, para calar y calar hondo en el conjunto en general y pasando revista a cada una de las piezas destacadas que posee para darse cuenta de que la historia no pasó en balde y dejó huellas claras del momento al que pertenecen.

A ese conjunto destacado y distinguido se une como una aportación más al conjunto su emplazamiento sobre el borde del valle del río, mirándole de frente, sin miedo y sin prisa, para poder ofrecer ese mirador donde los primeros pobladores y sin duda las legiones no dudaron en asentarse.

Toro es uno de esos puntos distinguidos por donde discurre el Padre Duero porque además y de manera premeditada ha sabido añadir a ese paisaje, a esas vistas que más parecen inventadas por la mano de un artista genial que ofrecidas limpiamente por la naturaleza, el colocar como hitos destacados en cada uno de sus extremos dos monumentos distinguidos por sus valores, por su historia y por su significado, que también cuentan a la hora, muchas veces imprecisa y olvidada, de analizar cuando no de ajustar las cuentas. Aguas abajo la Colegiata y aguas arriba el Alcázar son dos piezas claves que enmarcan uno de los paseos y de los miradores más espectaculares del valle.

Dos monumentos destacados, notables y situados en un lugar verdaderamente privilegiado. Patrimonio comienza a ocuparse de la gran tarea que le espera, comienza a cuidar determinados ambientes y resaltar de manera cuidadosa sus valores que en este caso concreto de Toro confluyen en un armonioso conjunto: la historia, con todos sus matices, situación, paisaje y perspectiva, alcanzado hasta reconocer y dominar lugares donde se escribieron páginas difícilmente superadas, recordando sencilla y llanamente el mes de marzo de 1476.

Hoy se va a completar ese recorrido desde la Colegiata al Alcázar con un paseo que constituirá, a pesar de sus dificultades, una aportación tan importante al conjunto de la ciudad de las Leyes (y Corte a la vez durante más de un siglo) que podemos afirmar sin reparos y sin miedo que la ciudad va a ganar en una proporción desorbitada, lo que nos produce a todos una inmensa satisfacción. No nos cansaremos de cantar el encanto, el atractivo y el inmenso arsenal de valores y de riquezas espirituales y artísticas que encierra. Pasear o recrear amigablemente a lo largo de ese singular paseo la historia de la ciudad en un espectáculo de luz y sonido en las noches agosteñas, jugando desde la vega o inmersos en la exposición desde arriba, constituiría una auténtica fiesta y una lección, no de una fortaleza o de una batalla sino de un mundo que nacía y de

un pueblo que comenzaba a escribir una de las historias más apasionantes del mundo occidental.

Aún nos quedan aguas abajo tres puntos claves que sumados hacen casi imposible encontrar algún lugar más destacado en toda nuestra historia que pueda superarlos: el Puerto de la Magdalena, el Real Monasterio y el Santuario del Canto, una auténtica trilogía de valores en los que confluyen y además se armonizan todos

los recuerdos que pudiéramos exigir.

Nuestra felicitación más atenta y cordial a la idea, toda clase de buenos deseos para el proyecto y sus realizadores. Repetimos siempre que ese nuevo paseo de Toro es un paseo por el que se puede recitar, recordar y meditar, sin exageraciones, una historia tan apasionante como maltratada en muchas ocasiones.