El otro día en la radio estuvieron debatiendo sobre el estrés que manifiestan los niños de hoy en día. Los atiborran con actividades extraescolares por un lado, pero por otro se pasan las horas muertas en casa ellos solos. Los reductos de calle que quedan en España donde se puede jugar sin miedo a una desgracia están en peligro de extinción. El juego no vigilado (por adultos) de otros tiempos ha dejado la espontaneidad de los infantes en un extraño agobio. Esta situación, provocada por la inseguridad ciudadana y el trabajo interminable de los padres, impide responder "no" a los hijos. El "no" hace perder mucho tiempo, desgasta la paciencia y saca de quicio. Es mucho más rápido el "sí", ¡dónde va a parar!

Aunque ahora los padres puedan dar todo lo que sus hijos pequeños piden, llegará un momento en el que su inmadurez, su irresponsabilidad y, sobre todo, su noción errónea de lo que es el mundo, les lleve al fracaso que supone no tener todo lo que se quiere. Para ello, empezarán por no soportar los estudios, se les harán costosos y duros, puesto que no están acostumbrados al esfuerzo (esto es una realidad). Aquí comienza el problema.

Los que sigan estudiando más adelante se podrán quejar del sueldo, del tipo de trabajo que desempeñan (este es otro debate), pero al menos tendrán un decente currículo que les dará alguna posibilidad. ¿Qué posibilidad tiene aquel que nos venció a todos cuando dijo aquello de... "no me da la gana estudiar, es que me aburre"? Nos miramos y decimos (pensando lo contrario): "Si no quiere estudiar, pues que no estudie". Y estudiar no es sólo adquirir conocimientos en el instituto, sino también prepararse técnicamente para desempeñar un oficio y, también, sobre todo, es vivir en un ambiente que debiera ser educativo (me refiero éticamente), necesario para formar ciudadanos conscientes.

Cuando aceptamos que un estudiante termine ahí sus estudios (en 2º ó 3º de la ESO) en la mayoría de las ocasiones va a ofrecernos un repertorio de inmadurez ciertamente peligroso por un lado, pero también ingrato por otro. Un inculto, un analfabeto hoy en día es o carne de cañón, o un ser que fácilmente se puede persuadir y convencer, o capaz de fiarse de quien no debe. En definitiva, un ciudadano a medias que carecerá de una gran porción de autonomía intelectual. Qué poquitos son los que se marchan del instituto con las cosas claras (apenas ninguno). El resto, ya digo, están subvencionados por la aquiescencia de sus papás, que en muchos de los casos bastante tienen con lo que tienen.

Ante esta situación, en la que por un lado los niños se transforman en caprichositos repelentes, sin saber lo que es un "no" y, por otro, esos mismos chicos convertidos en adolescentes pidiendo la jubilación anticipada porque esforzarse no les gusta a los nenes. Pues... habrá que darles alternativas y más alternativas hasta que se enteren de qué va la fiesta. Porque ni ellos se merecen un futuro tenebroso ni nosotros soportar su desidia y capricho.