Cuando abordamos el tema de la libertad de expresión, partimos de la libertad de conciencia o de la libertad de pensamiento. ¿A quién le fluyen las ideas libremente? Podríamos contestar que a nadie, los que más se acercan son unos ancianos silenciosos sin apegos ni falsas identificaciones que viven apartados de esta locura. El resto estamos atrapados por influencias, costumbres, miedos, falsedades, dogmas, leyes morales y otra serie de circunstancias. La libertad de expresión es una gran hipocresía. No nos expresamos con total sinceridad ni con nosotros mismos (podríamos decepcionarnos) y mucho menos con otra persona (nos autocensuramos constantemente). Nadie conoce a nadie con el que pudiera ser sincero en cualquier situación. Sabemos callarnos y cuando no lo hacemos es porque esperamos que alguien nos escuche, esperando una respuesta.

El humor entendido y disfrutado a carcajadas por todo el planeta o no existe o es tan blanco que no hace gracia. El humor es lenguaje y todo lenguaje es sistema de signos y signo es un fenómeno o acción que sustituye a otra cosa. Es decir, necesitamos aprender y comprender ese lenguaje, entender su semántica y los contextos que lleva implícitos (entre otras cosas). Por eso el buen humor puede jugar con todo aquello que no se dice, porque el humorista conoce a su público, conoce lo que ellos saben, no hace falta dar explicaciones.

Lo que ha ocurrido con las caricaturas de Mahoma, pasa constantemente en las calles de cualquier ciudad que reúna gentes con diversas identificaciones, ya sean políticas, religiosas, étnicas, nacionales, futbolísticas, ideológicas, tradicionales, morales, etcétera, etcétera, etcétera. Cada vez que alguien se identifica con algo (toma verdadero partido por ello, le va el alma) es susceptible de ser ofendido por el contrario a esa identificación. Algunos se ofenden incluso con las palabras de gente que no le importa lo más mínimo.

Que los fanáticos sobresalen con sus actos en cada telediario es una realidad. Su chifladura y frenopatía se expresan con enorme violencia. Pero además de esos cafres, también están las familias que se quedan en casa con cierto grado de malestar por algo que consideran una ofensa. ¿Esta ofensa es comprensible? Desde su punto de vista sí. Desde el mío no, porque yo no me identifico ni con los musulmanes ni con otros creyentes, pero yo no soy la norma de la cual establecer la moral y los límites de la libertad de expresión.

Ya queda claro que vivimos en un mundo globalizado. Precisamente estamos unidos por el elemento fundamental que es la comunicación (instantánea). Si algunos están dispuestos a recaudar ingentes cantidades de dinero vendiendo sus productos (y los mensajes que éstos conllevan) en todo el planeta, también tendremos que estar dispuestos a aceptar que la comunicación puede fracasar y que el receptor de nuestros mensajes no comparta nuestra visión.

Luchar por la libertad de expresión es abrir los ojos a todos los cavernícolas platónicos que pululan a nuestro alrededor. Libertad de expresión para desmentir falsedades. Una libertad de expresión tan amplia para el emisor como para el receptor.