Recuperar la tradición debería ser una constante en la historia de los pueblos y conservarla una obligación diaria y permanente. Las manifestaciones culturales de todo tipo constituyen la auténtica radiografía espiritual de un pueblo a lo largo de su historia. Esas manifestaciones hablan tan claro para el pensador, el antropólogo y el historiador, que son el mejor espejo de un colectivo.

Cuando esa tradición se refiere a aspectos vinculados a la religión en cualquiera de sus manifestaciones a lo largo del Calendario Litúrgico, entonces ese hecho, ese fenómeno o ese acto de culto adquiere por nuestra tradición cristiana milenaria un valor distinto de aquel otro cultural más o menos folclórico, aunque se mezclen y se entremezclen con lo festivo. En nuestra ciudad, que además de ciudad fue fortaleza y como tal considerada hasta el siglo XVIII, con sus obligaciones, cargas y privilegios, la iglesia mantuvo un predominio muy claro y definido. Y una muestra muy clara, y tantas veces citada, es el número de iglesias y ermitas que dentro y fuera del recinto se levantaron.

Una de las tradiciones religiosas vinculadas a la ciudad, de manera que podemos llamarla oficial por ser el Consistorio el patrocinador de dichos cultos, viene marcada por las célebres Cuarenta Horas que como no podía ser menos estaban vinculadas a la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva y en la que el capellán del Consistorio mantenía una relación de colaboración permanente, ya que la iglesia de San Juan se consideraba como la parroquia municipal y en ella celebraba el Ayuntamiento sus actos religiosos, entre los que se destacaban por su solemnidad excepcional los cultos de las Cuarenta Horas, auténtica fiesta municipal hasta el punto de que a ella asistía en pleno el Cabildo de la Catedral.

Tal importancia y tal consideración merece esta fiesta que en ella hemos de destacar tres aspectos fundamentales, que siempre se consideraban clave y de trascendental importancia a la hora de la celebración. El primero, la asistencia en pleno de la Corporación, por tratarse realmente de una fiesta municipal y como tal en representación de la ciudad; en segundo lugar, la elección y nombramiento de las mayordomías. Ser mayordomo de las Cuarenta Horas constituía algo así como un reconocimiento explícito de distinción social; y en tercer lugar, la presencia y la búsqueda siempre de la figura más destacada de la oratoria sagrada para los sermones correspondientes de los tres días. La presencia del Cabildo en pleno ya testimoniaba sobradamente la importancia, trascendencia y representación de dichos cultos.

Los sermones de las cuarenta horas constituyeron un hito durante muchas décadas, de los que se conservan auténticas referencias en todos los órdenes.

Siempre el Excelentísimo Ayuntamiento fue protagonista y presidió las mayordomías hasta bien cercanos en los años en la década de los setenta del pasado siglo. Los tiempos cambian, pero la tradición se conserva y se recupera. Cuando por todas partes recuperamos y buscamos, a veces alocadamente, restos de viejas tradiciones del pasado, es curioso que siempre dejemos de lado aquello que más firmemente nos ha mantenido en nuestro sitio y que tiene las raíces más profundas. El Ayuntamiento ha olvidado una muy vieja tradición y debería hacer memoria.