Desde que irrumpió la magia negra de Ronaldinho para eclipsar las arrancadas en estampida de Ronaldo; apareció Robinho, angelito de ébano, destrozo de cinturas y encantador de bicicletas; y empezó a asomar la cresta por la banda derecha del Bernabéu un tal Cicinho, viva estampa del Correcaminos con muslos de decatleta, sufrimos el efecto mimético de una creciente "brasileñización" de la vida española. Tal es así que este país parece un descomunal sambódromo en horas de carnestolendas. España entera juega a la brasileña, a saber: la Justicia tiembla por las cuitas del fiscal Fungairiño; los gallegos, sean del Celta o del Dépor, le han dado el bastón de mando a un tal Touriño y en el país Vasco emerge un central leñero que atiende por Arnaldo, de la cantera de Sao Mamés. Mas donde mejor se detecta el gusto por la "canarinha" es en la prensa del "coraçao", que encandilan la Patiño y el Mariñas a costa de Jesulín de Janeiro. En los bares ya no se toman cañas sino caipirinha. ¡Viva Lula!