Preciosa y sugerente para la Jornada Mundial del Enfermo del próximo sábado la portada del Semanario "Alfa y Omega" del "ABC" del pasado jueves con la foto de Teresa de Calcuta a toda plana, manos y rostro surcados de arrugas, cobijando entre sus brazos a un niño. Maternidad del todo inteligible, donación de vida y parto del corazón. Esas manos arrugadas son el Reino de los Cielos tomando rumbo a la infancia, aterrizando en el país de la inocencia. ¡Qué bien había aprendido esta mujer los gestos de Jesús acercándose a los enfermos, tocándolos, imponiéndoles las manos! Sanidad preventiva una y otra, que la procura el corazón, a base de transfusiones de amor. Las manos piadosas de Jesús y de Teresa de Calcuta, pueden ser las nuestras; y otras veces somos nosotros los desvalidos, los menesterosos, los que mendigan cobijo.

En mi última estancia en Burdeos parcelé un día, siempre lo hago, para cultivar el gusto estético, para recrearme en el rico legado del pasado: ciudades amuralladas, monasterios y abadías, iglesias románicas? Pude conocer Malagar, señorío del premio Nobel (1952) François Mauriac, inspiración y retiro de su abundante obra literaria. En la alameda, entre viñedos, que conduce a la casa solariega, han intercalado sobre placas de mármol frases del pensador francés. "Huir del dolor, se lee en una de ellas, evitar la cruz, ni siquiera conocerla, es la ocupación, el objetivo de todos. Pero es al mismo tiempo una huida de nosotros mismos". ¡Cuánto me recuerda otra frase, distinta en la redacción, idéntica en el fondo, del otrora Cardenal Joseh Ratzinger: "Una vida humana sin dolor no existe, y quien no es capaz de aceptar el dolor rechaza la única purificación que nos convierte en adultos".

Como en este domingo, también recoge Benedicto XVI en su Carta Encíclica, "Dios es amor", unas reflexiones de Job referentes a la enfermedad que sufre: "Estoy horrorizado y cuanto más lo pienso, más me espanta. Dios me ha enervado el corazón". Y añade el Papa, "Aún estando inmersos en complejas y dramáticas vicisitudes, permanece la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros" (Nº 38).

"La enfermedad es una experiencia traumática, particularmente en un mundo que adora la salud y vive una existencia trepidante. Es un parón que, cuando se prolonga, desconcierta primero, suscita rebeldía después, hace pensar más tarde, va cambiando nuestra manera de ver y valorar muchas realidades. El enfermo toma conciencia dolorida no sólo de su dependencia de otras personas, sino de la fragilidad de la vida" (Carta Pastoral de los obispos vascos 2003: "Vivir la experiencia de la fe")