Una noticia curiosa, que no ha trascendido demasiado: por las calles de un barrio de Madrid va un fulano pinchando las ruedas de los coches. Creen que utiliza una navaja o similar. Pero, a cada vehículo con los neumáticos atravesados por el acero, el tío gracioso le pone una nota en el parabrisas. Según leo, en algunos periódicos, parte de la nota dice así: "Cada coche parado es un respiro para el cielo, las modas no matan pero contribuyen a la muerte del ser humano. La educación, la salud y el compromiso real con el resto de los seres humanos son nuestros deberes fundamentales". Y, para que el conductor se cerciore de que el autor es educado, acaba con esta perla: "Siento los trastornos que te ocasionará el pinchazo. No es nada personal". Ya imagino los comentarios de los afectados: "Pues si no es nada personal, métete la navaja en el ojo de la retaguardia". Desde la Jefatura de Policía añaden que se trata, probablemente, de un perturbado.

Lo de ir cargándose los coches por ahí no es nada nuevo. Ni exclusivo de las grandes ciudades, que acumulan mayor número de tíos raritos, pues en Zamora, sin ir más lejos, salen de vez en cuando, y de debajo de las piedras de algún arroyo infecto, varios "chalaos" que trabajan en eso: arrancar espejos retrovisores, pinchar neumáticos, torcer los parabrisas, rayar el capó o alguna puerta. Esa actitud callejera está tan generalizada que cobrará, si nos descuidamos, el rango de moda. Hay muchachos que no salen de casa a ligar con mozas o a echarse unas risas: prefieren dedicarse al destrozo. Dicha actitud, tan educativa, logrará que en unos años sólo puedan aspirar al oficio de mamporreros (y no me refiero a los dobles y a los actores de las películas de kárate, sino a los que alivian a los cerdos con una mano).

Yo no tacharía de perturbado al tío que ha pinchado esas ruedas y añade la nota de disculpa. Al fin y al cabo se ve que tiene educación, que sabe redactar unas líneas explicando sus motivos y que está luchando por terminar con la contaminación del aire. Lo que sí tiene de perturbado, si es que consideramos que tiene algo, es ese idealismo, ese afán quimérico por creer que rajando algunos neumáticos salvará el cielo. Ahí, mire usted, sí que podemos decir que le falta un verano. Pero no por lo demás: ya digo que, en los estropicios, incluso las disculpas y la buena educación se agradecen. No me parece el tipo más extraño del que se haya tenido noticia. Por las calles deambula gente para todo. Siempre que salgo a recorrerlas no faltan energúmenos de cualquier índole: el individuo que camina solo y ofrece a los transeúntes un monólogo a voces, sazonado con insultos, juramentos, profecías y maldiciones varias; la panda de chavales que dedica sus energías a tronchar farolas y señales de tráfico; el personaje que sujeta en las manos un par de muñecas Barbie y conversa con ellas y con los maniquíes de los escaparates; el que improvisa, en un minuto, una tribuna en mitad de la acera y se sube a ella para proclamar el Apocalipsis; el hombre borracho que intenta meter en un carrito de supermercado todo cuanto encuentra, desde colchones y trapos hasta cajas de cartón, muebles desportillados y bolsas de plástico; la señora o el señor que suelen escudriñar hasta el último resquicio de las papeleras; el grupete de amigos que va buscando bronca, pero nunca se atreverían a luchar sin ayuda contra alguien de su tamaño; el gracioso que gusta de poner en los muros declaraciones como "Mari Pili me la pela" o "Manolete pasó por aquí el sábado. Llámale".

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