Desde los tan primitivos como célebres Corrales de Comedias del siglo XVII, hasta los teatros de finales del siglo XIX y principios del XX de nuestra ciudad, siempre la Ciudad Fortaleza, se ha sentido una especial atracción hacia este género, que sin duda se inició en los atrios del medio centenar largo de iglesias, desarrollando junto a la liturgia y a la fe salvadora la personalidad, los estímulos y los símbolos de unos textos sagrados que sin duda formarían parte de la educación y formación en la fe del pueblo. Ayer nuestro Teatro Principal celebraba con una fiesta social una conmemoración obligada en esta ciudad en la que esa atracción y ese vivir el teatro se ha trasmitido hasta el punto de conservar en su toponimia urbana un nombre que recordará siempre para cualquier estudioso ese fenómeno literario, cultural y social y además el singular hecho de que este noble y distinguido Teatro Principal nuestro se levantara según la tradición sobre un viejo Corral de Comedias. Hoy, con cuatro siglos a sus espaldas, nos recuerda que desde 1606 ha pasado y vivido el ritmo de la ciudad y de su sociedad en épocas de crisis, de tormentas festivas y de celebraciones sociales, ha mantenido el ritmo de la evolución social y por su escenario han pasado las figuras del mundo del teatro, han desfilado y se han representado toda clase de obras, desde los profesionales más destacados a los aficionados más atrevidos en fiestas locales de ámbito más reducido. A través de las hemerotecas podemos seguir las largas etapas de los programas desarrollados en su escenario y con la llegada del cine en sus pantallas han ido pasando al ritmo de las modas, de los estrenos y de las tendencias sociales todo género de creaciones del mundo del celuloide. Sin exageración podemos afirmar que la historia del teatro principal constituye por sí sola un capítulo tan variado como sugestivo del desarrollo de nuestra sociedad, al estar perfectamente ensartado en las redes nacionales del teatro a través del sindicato correspondiente en los últimos cincuenta años. Cuatro siglos de la historia de un teatro, un título tan sugestivo como tentador para cualquiera de esos hombres inquietos, trabajadores, que llevan dentro y viven ese mundo atractivo y tentador de las tablas. El número de grupos de aficionados con categoría nacional de nuestra provincia es un índice muy destacado que habla por sí solo y que tienen ya aquellos certámenes y galardones del Duero que marcaron hace ya medio siglo la etapa de la vida con sus inquietudes de nuestra ciudad. Cuatro siglos son ya de por sí una larga cadena de representaciones y de incidencias, que no sólo cuentan con el viejo principal, sino que a su lado el nuevo teatro hasta su bautizo definitivo acompañó y completó las inquietudes de la sociedad zamorana y, por recordar algunas de aquellas campañas, contarán siempre las de la pasión de Rambal, en las que se sucedían días y días con enormes colas para asistir a su representación, complemento que tanto dio que hablar junto a la semana santa. Y recordando a don Enrique justo es recordar aquellos grandes espectáculos teatrales en los que era auténticos maestros, y hasta ahí llegaron, zamoranos de grato y cariñoso recuerdo siempre. Entre sus grandes obras estuvo en sus programas "El prisionero del Zenda", célebre novela que San Vicente y nuestro bueno y siempre amigo Herminio Pérez Fernández pasaron al teatro con la misma categoría, fuerza y calidad literaria con que los Hermanos Quintero pasaron al teatro la célebre novela "Marianela" de Galdós.

Y como de recuerdos y celebraciones vamos justo es recordar que nuestra institución provincial va a comenzar las obras de restauración del Teatro Ramos Carrión, ayer teatro Nuevo, en el que revistas y películas, además de bailes de Carnaval antes de la tormenta del 36, fueron una constante.

Sin duda vivimos en una ciudad que además de fortaleza ha sido, aunque temporalmente, siempre un corral de comedias

al viejo uso.