Zamora está en una de las rutas del oeste cultural, camino del mundo celta, con parada y fonda en Ribadavia y en Briteiros.

En Ribadavia, que se parece a Praga, como decía Vicente Risco, vivía una pintora orensana que pintó a los celtas. No hay fotos que puedan servir de modelo y los datos históricos son escasos. Tuvo que imaginarlos. Los reencarnó en su familia. Sus hijas, su carne más querida, fue en pleno siglo XX, galería irreal de antiguos moradores de un castro celta.

A la citanía de Briteiros, en la que aún están en pie ciento cincuenta pallozas que fueron otras tantas casas de vecindad de celtas, protegidas por un triple muro defensivo, asistí al espectáculo de ver morir el sol. Era como una svástica agonizando con una majestad celeste sobre unos restos todavía sólidos. Era un fuego fatuo que seguía alumbrando la estructura urbana de una sociedad apócrifa de hombres que pervivía en la música. En Ourense, donde Manolo Rego era entonces concejal de festejos, organizaría un Festival de música celta que en España era ya no una profecía sino una realidad. Se multiplicarían después los grupos que querían propagarla para vivir de ella. Sus versiones eran como una máscara, pero, en el envés, había un eco de humanidad. Se veía al hombre, como se ve al cofrade debajo del capirote que Carmen Gómez Pérez-Neu pintara en Zamora. Un capirote solo, pero todo un símbolo.

La pintora venía con frecuencia a Zamora, acompañada de su familia, por Semana Santa. Su marido, Joaquín Robla, fue compañero riguroso mío en fatigas y humanidades, leonés profundo, incansable en sus estudios y en sus sueños, y que se refugiaba en la inquisición de los castros celtas, tratando de penetrar en su misterio y en su forma de vivir, defendiendo el suelo que ocupaban, entre la vida y la muerte. Fiel a la didáctica semántica de Unamuno, buscaba datos, pera ilustrar las creaciones imaginativas de su mujer, en la Prehistoria. Cuando estuvo en la Guerra Civil, decía una copla: "Joaquín Robla en Intendencia, con el sargento Luis Marga, por la noche, de Prehistoria charlas, charlas y no paran". Era noche de lobos en lo más alto de la montaña leonesa.

Ahora una de las hijas de la pintora proyecta ordenar en Ribadavia un Museo con los cuadros de su madre sobre el mundo celta, así como con otras reliquias de su producción artística; una iniciativa que merece la mayor atención.

Galicia ha sido siempre sensible y receptiva, en sus devociones populares y en su comprensión, de los tópicos que han compuesto la memoria de su territorio, propicio a la emotividad de ese mundo lejano. Es la tentación del "eros" de la lejanía, base del subconsciente; muchas veces, una caricatura y, otras, una realidad. Los cuadros de Carmen Gómez Pérez-Neu tratan de descifrar, para la mentalidad actual ese mundo, esa niebla del tiempo.

En el paisaje maternal de la aldea nativa brota, por impulso natural, el lejano horizonte del ocaso de ese sol, que un día iluminara las tierras del oeste de Europa, la creación de una humanidad en la que existe el sentimiento y pervive una imaginación, cuya música nos hace pensar. La articulación de líneas y colores es en el artista un lenguaje de lejanos silencios. Buscar el hilo invisible que une esos tiempos a los nuestros es tarea de investigadores y de poetas. Las svástica es el círculo solar y los druidas, unos profesionales de la magia. Ya Vicente Risco anunciaba la estética futura del espíritu.