La vida muchas veces nos sorprende con un premio, sin merecerlo ni haber hecho méritos. A mi la vida me dio la oportunidad de trabajar aunque sea muy pocos años a la sombra de un escultor. No digo de un artista, a él no le gustaba ese termino donde se esconden tantas mediocridades. Ramón era escultor. He conocido tanta gente que hace esculturas, que no son escultores. He conocido tanto mercader del arte, tantos creadores de bultos... tanto artista. Pero solo un escultor Ramón Abrantes.

Trabaje con Ramón hace ya 30 años, en el estudio mas bohemio que ha tenido la ciudad.. Un pequeño espacio con un patio en la calle de las Doncellas. Toda la luz de la sala entraba por una claraboya que iluminaba mil objetos dándole a las formas un halo mágico. Allí se apiñaban las herramientas mas diversas, el barro y la escayola con libros de arte, bocetos de obras inacabados, cuadros de amigos, caballetes cojos y gatos de mil pelajes. Allí al lado de una pequeña estufa de carbón creaba Ramón su mundo idílico. Y yo que intentaba a duras penas entrar en el mundo del arte recibía las lecciones mas importantes de mi vida.

Tienes que ser tu mismo. Puedes hacer una mierda, pero que sea tu mierda, solo así podrás crear arte. De nada vale la inspiración si cuando llega no estas trabajando. La escultura no es una profesión, es una vocación, como un sacerdocio. Si quieres hacer escultura, no puede haber en tu vida nada mas importante que tu trabajo, que tu obra.

Un escultor de fin de semana no es escultor.

...Y llegaba sofocado. Por la mañana había encontrado algo que solo el podía apreciar, había tenido una idea mientras estaba con Piedad en el mercado, una forma que le inspiraba una escultura. Y allí estuvo todo el día cincelando un mármol de Yugoslavia mientras contemplaba con abstraído la forma y golpeaba la dura piedra. Solo cuando la había terminado y la obra se erigía esbelta y bella, con la grandeza de lo recién creado, solo entonces se sentaba en una desvencijada silla y liaba un cigarro. La felicidad que entonces emanaban sus ojos me valían mas que mil lecciones de arte.

He conocido muchos artistas. Pero nadie esculpía como Ramón, poniendo un trozo de su alma en cada golpe de cincel. Así nacía su mundo. Un mundo onírico de mujeres, de maternidades, de formas compactas y firmes. Hacia que la piedra mas dura supurase belleza y ternura, destilara ese halo de melancólico que tenían todas sus obras.

Ramón surgió de el mismo. No fue a la universidad ni necesito un titulo para ejercer su profesión. Tenia un sentido innato para las formas, para captar los volúmenes. Aprendió donde pudo ejerciendo mil trabajos, pero siempre fue escultor.

Nos deja una obra intimista, muy personal, de volúmenes cerrados donde habría que destacar el dominio de la materia. Nadie tallaba como la hacia Ramón. Daba vida a los mármoles mas difíciles de trabajar, incluso creo que es el único que se atrevió a tallar algo tan imposible como la pizarra. Su dominio del modelado, de las pátinas del bronce, del oficio del escultor antiguo, hacían de él un maestro. Una visita a su taller te inyectaba de vida artística y te daba alas para volver a trabajar.

Por eso es necesario que no se pierda de la memoria colectiva la figura de Ramón Abrantes y de su obra. Que se la valore en su justa medida y se redescubra tanto su obra juvenil, impregnada del vigor y la fuerza del realismo Rodiniano, como de su obra de madurez, cercana a la escuela de París de los años cincuenta, pero con mucho mas oficio que todos ellos y mas rigor estético. En la obra de Ramón no hay ni una sola licencia a la frivolidad creativa.

Algún día alguien pondrá orden en todo esto. Algún día alguien quitara y pondrá méritos, pesara las obras y la calidad de los trabajos. Medirá a todos los que nos dedicamos a este mundo del arte en Zamora en las postrimerías del siglo XXI... y entre todos nosotros surgirá alto, por encima de todos la figura de Ramón.

Ramón estará ahora con sus amigos en el lugar donde no existe la envidia ni los celos profesionales. Quizás habrá ido con Claudio Rodríguez a tomar un vino al bar que Agustín "El rejo" abrió en el cielo de Zamora. O estará pescando ese pez imposible que siempre se escapaba. Pintando a Vang Gogh con su amigo Angelen el viejo taller... Volviendo a visitar con Baltasar Lobo el museo de Rodin. Paseando con Blas de Otero por los puentes de Zamora... o quizás realizando la escultura que no le dejaron hacer aquí. A nosotros nos queda la tarea de no olvidarlo y realizar esa gran exposición de toda su obra merece y que el siempre se negaba hacer. Nunca quiso mas distinciones que su trabajo ni halagos que le distrajeses de su principal meta en esta vida. Vivir como escultor.

Nunca te olvidaremos. Gracias por todo Ramón.