Nacido en Timisoara, ciudad del antiguo Imperio Austrohúngaro, hoy Rumanía, a los siete meses emigró con sus padres a Estados Unidos. A los 9 años, Johnny Weissmuller era un niño enclenque con poliomielitis. Para fortalecer las piernas, los médicos le recomendaron la natación. Eso cambiaría su vida. Una década después, era un portento físico.

Con 19 años, falsificaría su lugar y fecha de nacimiento para competir en el equipo olímpico de EE.UU. Sería una de las sensaciones de los Juegos de París en 1924. Su irrupción revolucionaría la natación con su estilo de crowl y su batida de piernas de seis tiempos para velocidad.

En un solo día se colgaría cuatro medallas en una piscina que estrenaba los 50 metros y las corcheras para delimitar las calles. Empezaría con el oro en los 100 metros libre, donde bajaría por primera vez del minuto (58,5 segundos). Casi sin descanso se llevaría otro oro en los 400 libres; tan solo dos horas después caería el tercero en los relevos 4x200 y culminaría la jornada con una presea de bronce con el equipo de waterpolo. Weissmuller ya era toda una proeza mundial. Cuatro años más tarde, en Ámsterdam 1928, lograría otros dos oros: uno en su prueba fetiche, los 100 m libre, pese a que casi pierde el sentido al aspirar una bocanada de agua, y otro en los 4x200.

Su trayectoria comenzaría a decaer a la par que emergía su figura en las pantallas de cine saltando de liana en liana interpretando a Tarzán de los monos. No pudo participar en los Juegos de Los Ángeles en 1932 tras ser ‘vetado’ por haber trabajado como modelo de trajes de baño. 

El Weissmuller deportista que había brillado en las piscinas quedaba atrás con 5 oros y un bronce olímpico, 52 campeonatos USA y 67 récords mundiales. Moriría, olvidado, a los 79 años en un hospital psiquiátrico víctima de la locura y emulando su grito de Tarzán.