Ah, la ignorancia del nacionalismo. Los analistas patriotas inflaban a un 30 por ciento la ventana de oportunidad de España ante Estados Unidos, cuando un espectador de la semifinal USA-Argentina sabe que la probabilidad de éxito no superaba el cinco por ciento. Al fabular, los calculistas aumentaban la presión sobre los españoles, cuya única esperanza radicaba en el relax absoluto, y en que la soberbia hubiera hecho mella en LeBron/Kobe/Durant/Carmelo.

La infravaloración de los estadounidenses también rebaja el mérito de la portentosa exhibición de astucia llevada a cabo ayer por España. Si Scariolo no hubiera entregado el partido en los dos minutos iniciales del cuarto definitivo con una alineación incomprensible, la sorpresa hubiera estado al alcance de la mano. El seleccionador español se asustó del poder que había adquirido sobre el encuentro. Ganarle el segundo período con claridad a los monstruos americanos es una proeza, porque poseen un arsenal para imponerse en cada lapso de tres minutos. O de dos.

Por tanto, estamos contando una historia singular. España anula a Estados Unidos, aguijoneando con táctica de guerrillas el nerviosismo y el narcisismo de los All Stars, pero el domicilio de los dioses humanizados sigue siendo el Olimpo y sus medallas. Durante treinta minutos, todas las celebridades americanas, excepto Durant, parecieron aprendices fallones y malcarados. Pese a ello, iban a ganar la final 95 veces de cada cien. Shakespeare, el poeta oficial de la Olimpiada, sabía a qué se refería al escribir que «los dioses juegan con nosotros como los niños con las moscas».

Conviene recordar que un manojo de guerrilleros mal ensamblados le plantaban cara al imperio en la final. En la metáfora más socorrida, los españoles no recordaron a las tropas irregulares que desquiciaron a Napoleón en la guerra de Independencia. El prodigio de ayer recordaba mejor a la rebelión de los desharrapados esclavos haitianos, que también ridiculizaron al ejército napoleónico. El oro viaja a Estados Unidos como no podía ser de otra manera, pero los adolescentes con pósters de LeBron/Kobe en sus habitaciones se sumieron ayer en el shock del mitómano, cuando advierte que su actriz favorita también se arruga.

Nada puede disfrutarse sin serenidad, y los números avalan la trayectoria de España en el cuarteto final. Remontó 24 puntos ante Rusia en una semifinal donde obtuvo su primera ventaja a falta de siete minutos, una gesta con escasos precedentes en encuentros de tanta enjundia. Ayer aplacó la ira de los dioses norteamericanos, hasta el punto de que obtiene una medalla de plata con reflejos dorados.

Simultáneamente, la España que domó a Estados Unidos ha obtenido cinco victorias por tres derrotas en los Juegos -cuatro a cuatro, si contabilizamos el empate técnico con el Reino Unido-. Con una exhibición concreta, ha obtenido el mismo premio que si hubiera deslumbrado. Tiene que haber una lección ahí para los obsesivos.

Llegamos así a la mayor lección de Londres-2012. Ganar a Brasil hubiera sido una cobardía para eludir la colisión estelar de ayer. España debía zafarse de la trampa de los emparejamientos perversos, para que la final no tuviera lugar en semifinales. El mejor partido de los españoles fue su derrota ante los brasileños. Sin ella, puede que hoy no estuviéramos festejando ni el austero bronce. Los discípulos de Scariolo han sufrido dos derrotas en plata. Es interesante que las enseñanzas del deporte no se circunscriban al maniqueísmo de triunfo o fracaso. También preserva zonas de penumbra, por eso se parece a la vida misma.