Entrando hoy en la semana final de los Juegos de Londres, el medallero español ofrece el pobre balance de dos medallistas y tres metales: las dos platas de Mireia Belmonte en natación y el bronce de Maialen Chourraut en aguas bravas.

Medalla es palabra de género femenino, y se escribe con M de mujer; de Mireia y de Maialen; con M de Marina Alabau, que ya toca el podio en vela y para quien el oro no es ninguna quimera; con M de una Marta Domínguez en quien depositamos hoy las esperanzas de un depauperado atletismo español que lo más sobresaliente que ha realizado hasta ahora ha sido el tremendo ridículo gestado en torno al «caso Mullera», el obstaculista incapaz de superar los obstáculos y que rodó por los suelos después de que el Tribunal de Arbitraje ordenara su participación pese a la sospecha de dopaje. Y hasta con M de Miki Oca, el entrenador de «Las guerreras» del waterpolo español, ya en semifinales y llamando a las puertas de las medallas en su primera aparición en unos Juegos.

En un país que cada día que pasa ve cómo sube otro centímetro la angustia económica de verse con el agua al cuello fiamos irónicamente a los deportes acuáticos el papel de aliviar los sofocones del desastre. Natación y piragüismo ya nos dieron premio, en vela sólo lo impedirá un tsunami, del waterpolo todo cabe esperarse, y la sincronizada, aunque ya no esté Gemma Mengual, parece todo un seguro en la pileta. Y hasta la especialidad de Marta Domínguez tiene su punto acuático, pues el paso de la ría es clave en el desarrollo de los 3.000 obstáculos, la prueba cuya final disputa hoy la palentina.

El deporte femenino está salvando el papel de la delegación española en Londres y, de paso, obliga a replantearse el futuro de nuestros becados deportistas y si es de recibo mandar a unos Juegos a una representación tan numerosa. Nunca tantos consiguieron tan poco. Y no se trata sólo de contabilizar medallas, sino sensaciones. Y como diría un buen amigo, si hay que ir, se va; pero ir pa na es tontería.