Maniac es uno de los títulos potentes que tenía Netflix en la cartera para reventar el otoño. Un viaje al mundo de las enfermedades mentales con un reparto de lujo y Cary Fukunaga, artífice de la primera temporada de True Detective, como maestro de ceremonias. Durante todo el verano, los trailers nos han puesto los dientes largos para lo que se nos venía encima y finalmente la serie se estrenó por todo lo alto la semana pasada. Diez episodios de entre 25 y 40 minutos de duración, perfectamente empaquetada para maratonear durante un fin de semana. Psicodelia, luces de neón y ciencia ficción con un envoltorio de comedia negra. Maniac nos propone un viaje al fondo del subconsciente en el que es difícil distinguir qué es realidad. La serie deja buen sabor de boca pero cuenta cosas que ya hemos visto en otros sitios. A veces, hasta de manera mejor contada. De Fukunaga, nuevo niño mimado de la televisión, esperábamos mucho más, pero aún así es un más que digno producto televisivo.

Chico con problemas mentales conoce a chica con problemas mentales al presentarse como voluntarios a un programa experimental para curar la mente. Los cinematográficos Emma Stone y Jonah Hill encarnan a la peculiar pareja protagonista, mientras que Justin Theroux (The Leftovers) es uno de los científicos responsables del proyecto. Otras estrellas de la pantalla que aparecen en el reparto son Gabriel Byrne y Sally Field. La manera de Maniac de contar historias sobre las enfermedades mentales no es tampoco tan nueva. El maestro del cine coreano Chang-Wook Pang ya nos deleitó hace doce años con I'm a cyborg. It's OK, ambientada en una institución mental donde ingresaban a una joven que se creía un cyborg y vivía una bonita historia de amor con otro de los internos. El año pasado otra de las jóvenes promesas de la televisión actual, Noah Hawley, enfocaba el tema de las enfermedades mentales desde el prisma de los superhéroes y los mutantes del universo X-Men en Legión. Maniac tiene algo de ambas, pero recoge influencias de muy diversas fuentes cinematográficas.

La serie está ambientada en un extraño futuro donde la evolución tecnológica parece haberse anclado en los años 80. Esas enormes computadoras recuerdan mucho al HAL 9000 de 2001 Odisea del Espacio de Stanley Kubrick y hay alguna escena con el ordenador que se inspira en este clásico de la ciencia ficción, como ese momento en que hay que descontectarlo. Algunas de las peculiarades tecnológicas de ese mundo de ficción parecen sacadas de un episodio de Black Mirror: amigos de alquiler, salas de realidad virtual, empresas que dan dinero a cambio de apropiarse del big data del usuario... La deshumanización de esa sociedad nos remite a otro clásico del género como es Blade Runner. Aunque tampoco es un futuro tan lejano como puede parecer ya que, cuando en una escena se dice el año de nacimiento de uno de los protagonistas, basta hacer números para darse cuenta que se trataría de la época actual. En una serie sobre las enfermedades mentales, no es casualidad que se haga referencia a Don Quijote, el inmortal caballero andante de la triste figura creado por Miguel de Cervantes.

El personaje que interpreta Jonah Hill es Owen Millgrim, un joven con esquizofrenia que está siendo presionado por su familia para que mienta y declare a favor de su hermano en un juicio. Ese hermano es el origen de sus traumas y se le aparece frecuentemente en sus visiones. La mentalidad de Owen parece sacada de un libro de Paulo Coelho, ya que tiene la idea de que el universo conspira para que sus sueños se hagan realidad. Así, piensa que está predestinado a conocer a Annie Landsberg, el personaje que interpreta Emma Stone. Annie es todo lo contrario a él, ya que no cree en la fantasía, ni en la predestinación. Para ella todo es caos y existencialismo. También vive traumatizada a causa de la trágica muerte de su hermana. Por su adicción a la droga que le ayuda a borrar ese dolor acude al programa de tratamientos experimentales, que es donde acaba coincidiendo con Owen. El doctor James Mantleray, que interpreta Justin Terroux, y que es uno de los creadores del programa experimental, no tiene el problema con sus hermanos, sino con su madre, que es la causante de todos sus traumas. Así nos remiten directamente al padre del subconsciente moderno Sigmund Freud.

Los dos primeros episodios se dedican a presentarnos la historia de la pareja protagonista y de cómo acabaron de voluntarios en el programa. De hecho, hay escenas repetidas en las que vemos lo mismo desde los diferentes puntos de vista de cada uno. Una vez que se someten al tratamiento es cuando la serie entra en materia y tenemos que esperar lo inesperado. Viajando al subconsciente de la pareja protagonista, les vemos enfrentándose a sus traumas en secuencias de registros muy diferentes. En algunas reseñas, se plantea que es un error informático el que pone todo el experimento en crisis. Pero, ¿realmente es un error?, ¿no ha ocurrido lo que el ordenador quería que pasara? Mundos fantásticos con elfos y dragones, aventuras del sabor del James Bond más clásico, historias de cine negro... Todo parece una monumental ida de olla que unos verán como genialidad, otros como una tomadura de pelo. El tono irónico y la mirada condescendiente del autor hacia sus personajes a veces me hacen desconectar de una historia que sería más fuerte con una conexión emocional hacia ellos. Todo parece una cortina de humo tras la que hay poco y en la que se acaba perdiendo el interés en saber cómo acaba. Maniac se configura como un blockbuster de autor que, si bien no es lo mejor que ha hecho Fukunaga, va en la buena dirección y le posiciona como otro de esos fichajes de oro que se ha dedicado a hacer los últimos meses a golpe de talonario.