Aprieta el acelerador, y derrapa, Iker Jiménez buscando atrapar audiencia para su ‘Cuarto milenio’ (Cuatro).

Esta semana se ha hecho construir un monstruo a base de cartoné, porexpán y papel maché (videofoto adjunta, el monstruo es el del centro), y lo ha plantado en medio del plató para que nos horroricemos.

¡Ah! Sabe Iker que el horror es un anzuelo: cuanto más atroz, más nos quedamos enganchados a la tele. En realidad lo que ha hecho esta vez es comprarse la edición facsímil, traducida, que Siruela editó en 1993 sobre el estudio de malformaciones neonatales y ‘otras aberraciones de la naturaleza’, del cirujano francés del siglo XVI Ambroise Paré, y de este libro, lleno de dibujitos deformes, se ha detenido en el que aparece en la página 44: una niña datada en 1562, en Villefranche-du-Queyran, que nació sin cabeza. Con la inestimable ayuda del doctor Cabrera, nos iba enseñando Iker, con delectación, las aberraciones corporales de aquella figura que hacían pivotar sobre peana, para que la viésemos bien. Orejas pegadas en los hombros; dos cordones umbilicales, uno sobresaliendo de la espalda, el otro colgando del abdomen; sin cabeza, ni cráneo, ni cerebro, ni cerebelo...

Naturalmente esta criatura nació muerta. Y aunque Paré no registra dimensiones debería medir, como mucho, 20 centímetros, dado que no tenía ni cabeza. Pero Iker nos ha querido dar un plus para que el espectáculo fuera más impactante y completo. Se ha hecho construir una réplica del neonato muerto, pero a tamaño adulto, metro 50 o 60, como si hubiera vivido tranquilamente 20 o 30 años sin cabeza ni cerebro. Y nos lo ha colocado ahí, de pie, para realizar el ‘show’ macabro dando vueltas.

Es una manera de hacer televisión muy cafre, francamente. Y sobre todo muy tramposa. En los institutos anatómico-forenses se guardan, en frascos de formol, criaturas que nacen muertas con malformaciones horrorosas.

Son para estudios clínicos exclusivamente. En París, años atrás, se permitía a los turistas visitar, previo pago de entrada, la colección de aberraciones del doctor Guillaume Dupuytren, junto al campus de La Sorbonne. Con buen criterio fue cerrado al público de forma permanente. Está reservado a los estudiantes y clase médica.

A estos turistas ávidos de truculencias les cabe, eso sí, un consuelo: visitar la parada de monstruos de Iker Jiménez.