Llevan las cacatúas de Sálvame, ahora pastoreadas por la inexplicable Paz Padilla, unos días en alegre canibalismo, más acentuado que de costumbre.

Acostumbrados a comerse vivos bajo las estrictas ordenes de los férreos guionistas, a veces abren la ventana para zamparse al de enfrente, al que no forma parte de la panda, y de camino para airear el salón, que atufa a caca, sudor, vómitos, y bilis, tan fingido todo como tan bien expuesto. Maestros de la farsa, ahí andan, haciendo como que se comen.

Pero la carne de perro tan ladrador se ve que tiene mal sabor, y ni siquiera los continuos mordiscos a las bandejas del plato –con pasteles, con tortillas, con jamón, con chucherías varias– borran ese gusto a vísceras revenidas. Los guionistas han de buscar de vez en cuando nuevas víctimas, bocados de fuera para espabilar a los predadores y que no decaiga el espectáculo.

Es la palabra mágica, la clave del arco, el salvoconducto, la llave maestra. Espectáculo. Aquí hacemos espectáculo, esto es un espectáculo, que nadie se ofenda, no hacemos otra cosa que espectáculo, aquí venimos a divertirnos porque esto solo es espectáculo. Y así.

El espectáculo lleva unos días fijándose en los títeres de cachiporra que programas como el mentado –que no nos salven tanto, que nos llega el espectáculo al cuello, como las medidas del Gobierno para .salir de la crisis.– fijándose en los .juguetes rotos de la televisión. Y han resucitado a Ángel Cristo, Amparo Muñoz, y se han fijado en dioses que creo esa cadena como el cura Apeles, o estrambóticos personajillos que refulgieron tres segundos bajo el amparo del establo de Mercedes Milá. Y también salió Belén Esteban. .Un futuro juguete roto?, preguntaban. Estos guionistas no descansan?.