Una prueba palpable de la madurez y de la consistencia en todos los terrenos que ha alcanzado la obra del director irlandés John Carney, que se dio a conocer en el plano internacional en 2007 con Once, que obtuvo el Oscar a la mejor canción, y que ha logrado con Sing Street afianzarse en el podium de los mejores realizadores de su país. Convertida en la gran vencedora de los premios del cine de Irlanda, con los galardones a la mejor película, director y actor de reparto (Jack Reynor en el papel de Brendan), ha tenido asimismo una respuesta unánimemente positiva de la crítica, que ha valorado la autenticidad, el vigor y, sobre todo, la sensibilidad de una película que solo teniendo en cuenta que está basada en parte en las experiencias del propio realizador podía alcanzar tal grado de credibilidad.

Porque pocas veces se ha entrado con mejores argumentos en una trama que detalla no sólo la personalidad del joven protagonista, un adolescente que pretende triunfar en el mundo del rock, también el contexto en el que crece, con unos padres en crisis económica y afectiva y una Irlanda que sigue vinculada a una iglesia católica intransigente y con malas prácticas. En la figura de Conor, desde luego, se concentran cuestiones vitales que John Carney experimentó en sus carnes treinta años antes, en los años ochenta, y que se ciñeron a su persona a partir del momento en que sus padres, muy tocados por la crisis laboral, se ven obligados a sacarlo del colegio privado en el que cursa estudios para ingresarlo en uno público de no muy buena reputación.

Víctima del bullying y muy afectado por las continuas disputas de sus padres, que no pueden recurrir al divorcio porque en Irlanda todavía no está permitido, ha visto en la música el único camino con expectativas de futuro. De ahí que forme un grupo y se entregue con entusiasmo a componer canciones y hacer vídeos de sus actuaciones. De este modo se desarrollan de forma armoniosa el carácter de drama y el de musical, en los que bascula la cinta