Resulta imposible no pensar en Samuel Fuller cuando se tiene delante el nuevo trabajo de David Ayer, cuyo título, en nuestro idioma, no es justo con esa furia hiriente del nombre original, que además señala al gran protagonista de la cinta: el tanque, mole de acero y metralla, y a la vez hogar, refugio amable, casi uterino, del escuadrón liderado por Brad Pitt en las postrimerías de la II Guerra Mundial. Fuller ya filmó la vida y la muerte en el interior de un tanque en Uno Rojo: división de choque (1980), con Lee Marvin en el papel del comandante a cargo de un acorazado que recorre una Europa devastada por la contienda camino a Berlín.

En Corazones de acero, Ayer, por su parte, no se aparta de esa tradición del cine bélico que retrata la camaradería que nace cuando uno es testigo y peón en tal apoteosis de la destrucción, como tampoco del barro, la suciedad y el lodazal moral que va cubriendo a los protagonistas a medida que avanza el metraje. No le falta experiencia cuando de mugre militar se trata: en su haber cuenta con un puñado de filmes sobre la violencia urbana de Los Ángeles, Sin tregua (2012), por ejemplo, o la más reciente Sabotaje (2014), y en su currículum se encuentra el haber servido en la Marina estadounidense.

A diferencia, no obstante, de su referente más claro, Ayer no busca héroes, y ni siquiera el oficial más veterano (Pitt) puede hacer gala de honorabilidad. Quizá su papel esté demasiado pensado para serle antipático al espectador, como también para el otro protagonista del largometraje, el joven recluta Norman Ellison (Logan Lerman); pero, pese a ese peaje de Pitt en otro rol de masculinidad cínica y a la par que vulnerable, cada uno de los ocupantes del tanque es memorable.

Como también lo es el último acto del filme, una larguísima emboscada que hace justicia a la palabra ´épica´.