El Museo de Zamora. Esta exposición es un proyecto fotográfico del salmantino Victorino García Calderón (Retortillo, 1953) que recoge en imágenes captadas con el teléfono móvil su experiencia personal del confinamiento social sufrido en 2020 por la pandemia de COVID-19. Entre las miles de instantáneas realizadas durante aquellos meses de obligada reclusión, una selección de cerca de sesenta resume la mirada especial del fotógrafo a un entorno que nos redujo drásticamente al ámbito doméstico y que se transformó de modo traumático dejando desierto el espacio público.

La exposición, que se completa con un audiovisual en el que Victorino García Calderón relata su necesidad de plasmar en imágenes una situación tan excepcional, se presentó en septiembre de 2020 en el Museo de Salamanca, institución que ha impulsado el proyecto, y supone una reflexión de plena actualidad para un tiempo en que las restricciones se han hecho cotidianas imponiéndonos trascendentales cambios en nuestras relaciones vitales.

Durante los meses de confinamiento nos vimos obligados, de la noche a la mañana, a quedarnos en casa y llenar esos largos días de encierro. La experiencia fue muy distinta para cada uno de nosotros; en esta exposición Victorino García Calderón nos cuenta la suya con imágenes, su inmejorable medio de expresión artística desde que hiciera sus primeras tomas en 1972. La mayor parte de las fotografías las ha realizado con el teléfono móvil, una herramienta indispensable sobre todo durante la primavera de 2020, en la que se convirtió en nuestro principal aliado para “salir” al mundo y comunicarnos. Aquí nos revela su universo más íntimo abriendo las puertas de su casa y mostrando su forma de mirar el entorno, un kilómetro a la redonda, que le rodea. Solo una excepcional visita a Salamanca por causa de fuerza mayor durante el confinamiento le apartó de su soledad y aquí se encontró con la de todos. 

Un día, hace muchos años, Victorino y yo quedamos para hacer unas fotos. Se presentó sin cámara (no he vuelto a verlo tan desprovisto nunca). Me dijo que él hacía las fotos con los ojos.

Desde luego, no ha quedado testimonio fotográfico de aquel día, pero sí un principio: las fotos se hacen mirando; tener o no una cámara (y no digamos ya una buena cámara) es lo de menos. Frente a tantos que se ponen al servicio de un artilugio carísimo, la fotografía de Victorino arraiga en los ojos y el cariño a lo simple.

El protagonista de la foto no es el artista, sino el objeto. El fotógrafo, más que expresarse mediante la foto, la encuentra. Y la encuentra porque ha aprendido a mirar. Toda su técnica le sirve para mirar y ver.

Cuando oímos a Julieta, la oímos a ella, no a su creador. Sí, claro, Shakespeare es fácilmente reconocible en su tajante y abundante verbo, pero su verbo no se interpone: su verbo nos trae a Julieta. ¿Y Velázquez? Él nos encontró la humanidad, pura y dura, de Sebastián de Morra. Cuando vemos a ese enano, no vemos a Velázquez. Todo el saber de este ha servido para traernos a aquel.

Eso mismo sucede con las personas y cosas fotografiadas por Victorino. Toda su técnica (la cámara ha pasado a formar parte de él, como un brazo manejado con destreza ya inconsciente) está puesta al servicio de su interés y su amor por las cosas. Victorino fotografía lo que ama, y el objeto de su amor es tan plural como el mundo que su cámara abarca. Una ‘or, una pared, la mano de un anciano... Cada una de esas cosas es, nada más, ella misma. Victorino no las usa para expresarse; usa su expresividad para traérnoslas.

Los años han cambiado a Victorino. Han arracimado su fotografía. De cada tallo han salido muchos otros, algunos de los cuales incurren en la espectacularidad, pero siempre por amor a la bella maravilla, oculta para casi todos, de lo simple.

Adolfo Muñoz