Javier Vila Tejero: La mirada artística de lo cotidiano

Recuerdo una viñeta de “El Roto” en la que un hombre deambulaba por un vertedero y expresaba un pensamiento: “Esto antes que basura fue riqueza”. Pues bien, esto que ustedes ven es justo el proceso inverso, es decir, mi alma de chamarilero me ha convertido de alguna forma en “Alquimista” recogiendo todo tipo de objetos y transformándolos.

Desvincular objetos del mundo mediante una muerte gloriosa que los haga “aparecerse” a los ojos de los hombres. Bien podríamos hablar del arte como tal manipulación. Provocar esos momentos en que aquello que creíamos conocido se muda en extraño.

En el circulo de lo familiar algunos objetos pueden excitarse de tal manera que se nos aparecen como si vinieran de fuera. Lo que sé es, que aquello que viniendo del otro lado, toma la densidad y conserva la distancia necesaria para iluminarse, se pone a tiro voluntariamente, provocando la visión, por mucho que la vista crea sorprender lo que estaba, y sigue estando oculto.

La quietud es el mejor camuflaje para el cazador o para la presa, quedarse quieto es volverse invisible, hacerse el muerto es alejarse del tiempo que marca el mundo. Lo que se mueve lentamente, lo que desciende despacio, solo es visto para quien tiene la vista suficiente, la visión suficientemente entrenada, es decir, alterada.

Comienzo el proceso observando con cuidado un objeto cualquiera que dispongo encima de mi mesa de trabajo. Conozco ya algunos datos sobre la apariencia de su tamaño, aspecto externo de su masa, color, etc.; en este sentido he llegado incluso a perder el tiempo reflexionando sobre las sutiles variaciones luminosas que recorren su superficie; poca cosa. Sin embargo, no tengo prisa por el momento, y estoy dispuesto a averiguar elementos definitivos sobre su esencia y, a poco que me interese, espero despertar revelaciones dormidas que viven en el interior del objeto.

Yo parto de la creencia, muy compartida, de que el arte es una inutilidad irrenunciable, esto quiere decir que no vale querer buscar aplicación inmediata o explicación razonable a lo que sólo debe servir para complacer el espíritu, hacer disfrutar a los sentidos, inquietando al espectador y a su inteligencia.

Mi aliado es la intuición, unido al amor y oficio de artesano, resultando a veces ocurrencias efímeras o ejercicios vanos de maestría manual, que no me atrevería a denominar arte. Mi obra no es una ascética abstracción para intelectuales, sino un suntuoso e inteligente juego en el que la huella del hombre, el recuerdo del pasado, la ilusión por el presente y el futuro, se organizan juntando objetos-reliquias, inventando conjunciones de materiales, conceptos, provocaciones, etc., logrando a veces, resultados que incitan a convivir con ellos o a despreciarlos.

En realidad, son artefactos que sugieren sentimientos de agrado o desagrado, pues el desagrado es también sugerente y hasta necesario en la percepción de la obra artística. Son como respiraciones artísticas, exentas de orgullo, a veces con intención de provocar o de molestar, causa también legitima sobre todo cuando se expresan conceptos.

Durante el juego, acción que es la que más me interesa, todo sirve, cualquier objeto, cualquier soporte, rescatarlos de la basura, es como un acto de emoción intensa que cobra la misma importancia con la que un niño de mirada pura se enfrenta con pálpito al juego seductor.

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