Calificación: **1/2 Dirección: Jonathan Glazer. Guión: Walter Campbell y J. Glazer, basado en la novela de Michel Faber. Fotografía: Daniel Landin. Música: Mica Levi. Intérpretes: Scarlett Johansson, Paul Brennigan, Robert J. Goodwin, Krystof Hadek, Scott Dymond, D. Meade, Andrew Gorman, Joe Szula. Nacionalidad: Británicasuiza. Duración: 108 minutos. Año: 2013.

Una propuesta tan original como discutible que puede desconcertar a un amplio núcleo de espectadores y que interesará y hasta fascinará a quienes vean en sus imágenes más allá de una lectura convencional o rutinaria. Es más, si algo está claro es que el director Jonathan Glazer ha elaborado un producto personal en el que las sugerencias hablan más que cualquier otro factor y en el que caben todo tipo de consideraciones. Por eso ha pagado una cuota muy elevada, ya que si bien es cierto que se ha paseado por numerosos festivales, entre ellos el de Venecia, en donde formó parte de la sección oficial, siendo también nominada al premio BAFTA al mejor largometraje británico el año, no hay que dejar de lado que no ha podido estrenarse durante siete años en las pantallas comerciales, erigiéndose muy contra su parecer en una cinta casi maldita. Moviéndose en un territorio, asimismo, muy oscuro, el director supo configurar un ambiente más diáfano e incluso inquietante, en sus dos películas precedentes, «Reencarnación» y «Sexy beast», que tampoco triunfaron en taquilla pero que no requerían de unos niveles semejantes de comprensión.

Así las cosas, los datos del argumento brotan esporádicamente pero con una cierta frialdad y sin que lleguen en realidad a impactar. Se busca más el placer de la estética que cualquier sentimiento casi siempre ajeno a los fotogramas. Por eso la presencia de una actriz como Scarlett Johansson no consigue aportar la carga de tensión, de violencia y hasta de muerte que definen las imágenes. En ellas, sin superar el marco de la intuición, vemos a una especie de entidad alienígena que recorre los caminos y las calles de Escocia en busca de esas presas humanas que parecen conformar su «menú». Es la consabida cuota apocalíptica. Para ello, pero sin apostar nada nuevo, seduce sexualmente a sus víctimas masculinas aisladas y abandonadas en una dimensión de otro mundo.

Un cuadro, en fin, que no se despoja de la oscuridad que impregna el marco visual y que, a pesar de que revela una fotografía espléndida y una creatividad manifiesta, no se viste con los estímulos necesarios para superar unas barreras a menudo infranqueables. Gustará a los que opten por lo experimental, aunque pierde ocasiones para llegar más lejos.