Encaja mucho mejor en la pequeña pantalla, donde estos temas de curas milagrosas que tienen lugar sin motivo aparente no sólo tienen una larga tradición, sino que conforman una especie de género específico que provoca las lágrimas de un auditorio, el norteamericano, muy aficionado a estas cosas.

Lo que la directora Patricia Riggen ha contado, de forma demasiado simplista, es una historia real de la que fue principal protagonista Christy Beam, una madre de una localidad de Texas que vivía felizmente con su esposo veterinario y sus tres hijas hasta el infausto día en que la mediana de éstas reveló los síntomas de una enfermedad incurable. La habitual alegría que reinaba en el hogar se viene súbitamente abajo y hasta su fe inquebrantable se resiente ante la perplejidad de una mujer que no puede entender que Dios pueda castigar a su inocente hija de forma tan cruel.

La película, que sigue al pie de la letra los resortes propios de una historia que asume los dictados del drama familiar, situando en el eje del huracán la cuestión religiosa, no rebasa nunca los niveles del producto aleccionador que pretende conectar de lleno con los sentimientos y el corazón de un público propenso a la lágrima fácil.

Frente a otras cintas previas con argumentos muy similares, recluidos hoy en los escenarios del telefilme, el más correcto que ofrece es una interpretación a destacar de Jennifer Garner, actriz que tiene en su haber el Globo de Oro a la mejor interpretación en una serie de la pequeña pantalla.

Por lo demás, lo que se nos regala es una versión un tanto obsoleta en imágenes, sobre la base del libro que escribió la madre, de la tragedia de Annabel, la niña que sufrió los efectos de una dolencia terrible que sumió a su familia, consciente de que su muerte era inevitable, en la más terrible oscuridad, pero que superó gracias a los cuidados de un entrañable médico mexicano, el doctor Nurko.